martes, 25 de diciembre de 2012


SI. Arin. (Valle Sagrado de los Incas)

Arin tiene como significado en quechua, Si, positivo, afirmativo. Luego de un mes en Cusco decidimos positivamente partir hacia Arin, que queda a dos horas en bus, bajando por las montañas. Es una pequeña comunidad dentro del Valle Sagrado de los Incas. Ellos, recorrieron todo ese Valle hasta llegar a Cusco y crear su gran imperio. Todo el Valle esta plagado de ruinas, simbologías en sus construcciones y montañas. Arriba de Arin, hacia la montaña, se encuentran el Pitusiray y el Sahuasiray, Apus (espíritu de montaña), y dentro del Valle hay muchos Apus.
Llegamos una noche, Lucas ya había estado por ahí, y nuestra idea era encontrarnos con Ludo y Zobeida, que tenían su casa allí. Al bajar del bus le preguntamos a una señora por ellos, pero nos dijo que estaban de viaje, entonces nos recomendó pasar esa noche en carpa en el patio de la casa su madre, que ya no vivía allí porque era muy viejita. La casa la alquilaba una indonesa llamada Nina que cultivaba hongos, a quien habíamos cruzado con Ludo y Zobeida unas semanas antes por Cusco. Así lo hicimos, caminamos con mochilas por la noche oscura de Arin, con linternas. Los caminos son pequeños senderos de tierra, no hay calles marcadas, son más bien grietas entre el verde. Pequeños canales de agua rodean toda la comunidad, se escuchan burros, vacas, perros que ladran, y por encima de todo eso, las estrellas más brillantes.
Dormimos en la carpa en casa de Nina, pero Nina nos contó que Ludo ya estaba de vuelta, asique fuimos a saludarlos esa misma noche. La situación era la siguiente: Ludo y Zobeida habían ido al festival Rainbow, un encuentro muy hippie y se habían vuelto en caravana, su casa y su patio estaba llena de gente, carpas, niños jugando, era un mini rainbow. No había lugar para sumarnos. Así que al día siguiente salimos a buscar un cuarto para alquilar. Decidimos quedarnos en la casa de Antonia, una mujer grande que vivía sola, y alquilaba sus cuartos, Lucas ya había parado ahí, el precio era bastante barato, la casa grande con vista al Pitusiray, el cuarto pequeño, subiendo una escalera, tenía dos ventanas por donde asomaban árboles. Todo se sentía muy acogedor.  Detrás de la casa, había una huerta,  dos perros, la flaquita (la apodamos), Buffy y chanchos, gallinas, y un criadero de cuyes, son pequeños conejitos de India. Lo más triste fue saber que todos ellos iban a terminar, tarde o temprano, en la olla.
Al siguiente día subimos a la cascada de la Sirena, Lucas me había hablado de ese lugar varias veces. Con mucho calor llegamos a la cascada, Lucas se sacó toda la ropa y se metió debajo, gritando. Yo no pude, el agua estaba helada! Seguimos subiendo un poco más y llegamos a un pequeño descampado verde.  Un pequeño paraíso. El sonido del río cayendo, la vista de todo el valle. Después de un rato aparecieron varias vacas y toros que cruzaron el río y nos rodearon en pocos minutos. Cuando uno los ve de lejos, les  parecen tiernos, pero cuando están muy cerca, son tan grandes que generan respeto. Muy amablemente les dijimos que estábamos ahí descansando y que no era nuestra intención molestar su paso. Se quedaron un rato hasta que siguieron su camino. Luego de esa experiencia, las vacas se volvieron el cotidiano de Arín, estaban por todas partes, eran unas vecinas más.
Mantuvimos nuestro contacto con Cusco, sobre todo los fines de semana. Ibamos a trabajar todos los sábados al mediodía, tocando en un restaurant muy turístico. A veces íbamos viernes por la noche, o nos quedábamos el mismo sábado a dormir. Siempre algún amigo, o amiga nos alojaba, asique nuestras amistades de Cusco se fueron haciendo más fuertes. Pero en general en Arín, pasábamos mucho tiempo en la casa, con Alex, un niño de 12 años que trabajaba para Antonia.  Yo tejía, Lucas tocaba la guitarra. El Sol del mediodía era el mejor momento para bañarse con agua helada, para lavar la ropa y por la tardecita pensábamos en que comer, ya que cenábamos muy temprano y a las ocho a veces ya estábamos en la cama. Nos despertaban Antonia y Alex como a las siete de la mañana, hablando en quechua o escuchando una especie de cumbia, regeton, wayno a todo volumen. Pero muchas veces yo me despertaba al amanecer sólo para saborear ese pequeño instante de silencio total, un tono celeste entrando por las ventanitas y algún gallo cantando el buen día.
Momentos memorables del Valle:
Decidimos ir al mercado de Urubamba, una zona más urbana del Valle. Empezamos yendo a tocar por comida, pero nos contaron que los niños estaban sin clase, porque las escuelas del Estado estaban de paro hacía bastante. Entonces decidimos hacer un taller con todos los niños del mercado, los hijos de las mamitas que vendían ahí. Ellos estaban sin hacer nada dando vueltas por el mercado. La primera vez fue difícil juntarlos, pero fuimos casi dos veces por semana durante un mes. A la tercer clase, llegábamos y ellos se acercaban en seguida e iban a buscar los que faltaban, al final eran entre 25 y 30 niños, jugando con nosotros, corriendo por todo el mercado. Las mamitas nos llenaban de comida e inclusive los mismos niños nos traían más comida cuando ya habíamos salido del mercado. Sus sonrisas, inolvidables. Las sonrisas de las mamitas, inolvidables. Nuestras sonrisas, inolvidables.
Fuimos a una pequeñísima escuela de Arin, los niños eran tan diminutos que nos seguían los juegos como si se movieran por primera vez, un momento de especial ternura.
Nos vinieron a visitar Manu y Lore, llegamos por la tarde a Arin y se quedaron a dormir en nuestro pequeño cuarto. Antes de acostarnos, Lucas les dijo: “Disculpen, pero Juli y yo nos tiramos muchos pedos a la noche”, y ellos dijeron “nosotros también”. Al día siguiente los llevamos a la cascada. Lucas y Manu se metieron debajo y sobre todo Manu estuvo un buen rato debajo de la cascada como si el agua estuviera caliente. Incomprensible para mí. Después almorzamos más arriba y a la tarde nos volvimos los cuatro para Cusco. Un hermoso encuentro de verdaderos amigos.
Era la celebración de la Virgen del Carmen. En Arín se celebra de esta manera: Se elije a algunos anfitriones de la comunidad y a ellos les toca cocinar y recibir en un su casa a los bailarines de la celebración. A Antonia le tocaba este año ser una anfitriona, asique se paso dos días completos cocinando todo tipo de carnes especialmente. Uno de eso días bajo al baño y en el medio del patio había dos chanchos completamente abiertos, sangre en el piso y bueno…yo, completamente impresionada. Es cultural, me dije. La noche anterior a que llegaran los bailarines, fuimos con Lucas a la plaza para ver un poco de la celebración. Se trataba de unos bailarines danzando frente a la Iglesia, tenían mascaras blancas de tela en la cara y un látigo con el que se pegaban por debajo de las pantorrillas. Una señora, la única, pero era un señor vestido de señora bailaba en el medio, y parecía que los demás hombres se daban con el látigo por ella. No entendía bien el baile. Me dijeron que era preinca, pero no mucho más, la imagen no era del todo colorida ni alegre, para mi. Porque otra vez, es cultural, me dije. Al día siguiente llegaron los bailarines con una pequeña orquesta. Hubo fiesta en la casa desde el mediodía hasta la noche. Muchísima comida, de la cual yo sólo comí papas y pan. El resto era diferentes tipos de carne y yo estaba un poco impresionada con la imagen de los chanchos. Fue divertido. Los señores de los látigos me sacaban a bailar sin parar y a Lucas lo sacaba una mamita muy bajita y gordita, que se reía mucho y se bailaba todo. Y la chicha (fermentado de maíz) había hecho también su efecto.
El festival Kokopelli (semillas orgánicas),se realizó los primeros días de Agosto. Fuimos a trabajar en un puesto de comida de Ludo, Zoveida, Caro y Marco (pareja francesa que habíamos cruzado en Copacabana y luego en lo de Ludo). Aunque estuve un poco enferma de resfrío tremendo y en este lugar al final del Valle, hacía mucho frío de noche, disfrutamos los paisajes, algunos fogones de música, charlas interesantísimas sobre la historia del Valle y porque se lo denomina sagrado. Y nuestro encuentro con amigos, niños y todo tipo de gente.
Por medio de Ylliari, una amiga de Cusco, conocimos a Claudia, directora a cargo de un hogar llamado "Casa de Milagros" en Lamay, cerca de Arin. Fuimos de visita un dáa. La casa quedaba alejada del pueblo, debajo de un cerro. Una casa hermosa, llena de colores y pinturas, mariposas gigantes y un perro que de hobby, chupaba una piedra. Había niños de todas las edades, todos muy lindos, sobrevivientes de historias terribles, valientes y sonrientes. Nos enseñaron mucho más que cualquier libro, más que todas las palabras que cuentan de que se trata esto. Ellos, nos recibieron con los brazos abiertos, nunca una queja, nunca una cara larga. Aunque la vida los haya puesto en el peor lugar de muy pequeños. Casa de milagros tiene el nombre bien puesto. El lugar te recibe, te hace sentir bien y cómodo enseguida. Claudia es muy amorosa y supo llevar adelante el proyecto aunque le fue difícil al principio. Pasamos una tarde con los niños cantando, cenamos con ellos contando chistes al estilo ..."cual es el colmo de"... y prometimos volver otro día y quedarnos a dormir. Así fue, volvimos, contentos, el afecto se hizo enorme en poquísimo tiempo. Cenamos otra vez contando chistes. Soledad, la niña más pequeña, que cantaba sus propias canciones inventadas en el mismo momento, puso el broche de oro a la noche. Acercándose al oído y con vos de susurro me dijo ..."Cual es el colmo de un payaso?"... No se, respondí, ...."tirarse pedos de colores".... Me reí varios días seguidos. 
Fuimos a una escuelita llamada Tikapata, muy alternativa. Nos acordamos mucho de nuestro trabajo en el jardín Risas de la Tierra en Buenos Aires. Los niños eran muy lindos y esta vez venían de familias de dinero. Pero se notaba que había una linda educación. Aunque siempre haya algo para criticar. Se ve que el mundo es así, todo tiene sus dos caras.
En este tiempo, Lucas leyó un libro que habla del significado de las sombras del Pitusiray y Sahuasiray. De ahi salió una canción, que dice: “devolvele el tiempo al corazón”. En el festival estaba el autor del libro dando una charla y cantamos la canción.  Un momento mágico y especial. Aunque yo tenía un resfrío que no escuchaba ni mi propia voz.
Terminó el festival y volvimos a lo de Antonia solo para empacar y partir hacia Lima, 5 semanas en el Valle. Nos despedimos de Ludo y Zoveida, sabiendo que los volveríamos a encontrar en algún rincón del camino aunque  nunca se sabe cual es el giro que puede dar ni el viaje, ni la vida misma. Pero si aprendimos en Arín , a decirle SI al Tiempo del corazón.


3 comentarios:

  1. leer esto en navidad fué el más hermoso regalo que recibí. GRACIAS!

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  2. me lei todo el blog!!!!! que maravillosas experiencias! quisiera que cuenten un poco mas de las vivencias en las escuelas. Los estoy siguiendo!!!

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  3. Creo que el dia de la casa de los milagros coincidí con vosotros. Eramos tres personas de España, nos ibamos cuando vosotros llegabais, lo recuerdo bien. Estoy intentando contactar con la gente de aquel orfanato, ¿sabes como hacerlo? :*

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