lunes, 14 de enero de 2013

PUEBLO LIBRE - Lima, Trujillo


A Lima la llaman “La Gris”, más allá de la parte gris inherente a una gran ciudad. Es que en Lima no se ven las nubes, ni el sol, ni el cielo, ya que está dentro de una nube. Por lo tanto el mar también parece gris, algunas caras, el cemento y la llovizna casi constante. Los edificios, las luces, los árboles, las rejas y el pasto.
Llegamos de mañanita, como a varios de nuestros destinos. Las reminiscencias a nuestro lejano Buenos Aires no se hicieron esperar. Tráfico incesante, carteles luminosos, publicidad masiva, gente corriendo, precios más caros que en el interior… pero lo que si llamaba la atención era la orquesta de bocinas; cada cual parecía sonar con el malhumor de quien la accionaba; y más sorprendente aún que esté tan metido en la cultura este mal y desesperante hábito.

Bajamos del bus, subimos a un taxi, directo a Pueblo Libre, ahí cerca de la plaza donde hay un tren y un helicóptero. El mismo barrio donde años atrás nos juntaríamos por primera vez la “Tribu del Mono”. Y llegamos a la casa de Christian y Paty, nuevamente, gracias a la música. Dos años antes de nuestra llegada a Lima, Chris (padre argentino, madre peruana), quien ya residía en Lima, se encuentra con Tierra, el primer disco de Juli, a través de Andrés, melómano de mas de 15.000 vinilos, con gran relación con la música argentina. Se enamoró del disco a primera vista, o a primera escucha. Entonces cuando él estaba grabando uno de sus tantísimos discos, le pide a Juli que le grabe unos coros y se los mande por mail… así es como empieza esta historia, o al menos yo quiero que comience así. Obviamente (lo de obvio lo digo después, ya habiendo conocido a Chris) cuando él se enteró que íbamos rumbo norte, nos invitó a pasar por su casa en Lima; nuestra llegada coincidía con el festival ChePerú, del cual participamos con las canciones de Juli, y tantos varios encuentros más.
Chris nos recibió con un café, una sonrisa, un abrazo y un pucho en la boca, “qué bueno que les guste el café chicos!”. Almorzamos milanesas de pollo y macarrones con queso, escuchamos el master de su nuevo disco solista (ahora ya editado) al que Juli se sumo con unos coros (en “Cuerpo y Alma” de Eduardo Mateo), y tomamos más café (ahí se puede escuchar http://christianvanlackeylafauna.bandcamp.com/).
La buena onda fue automática. A pesar de la recientísima muerte del papá de Paty los chicos nos abrieron las puertas de su casa y su corazón sin dudarlo un instante. Era como si nos conociéramos de siempre. Gracias! Estuvimos alrededor de un mes y la convivencia fue extraordinaria. Un solo ambiente, claro que bien grande. Nuestro “cuarto” delimitado por un biombo y una columna. No solo techo nos dieron, sino amigos, familia, amor, comida, hasta una clase de yoga con Paty!! Nos metieron en la Lima profunda, como en esa Buenos Aires que cualquiera de nosotros vive. Definitivamente ya no éramos ni viajeros por allí!

La casa solía ser la farmacia de la mamá de Paty de toda la vida, el piso blanco y negro, la pileta de la cocina gigante, estanterías, algunos frascos viejos todavía, los vidrios amarillentos, la persiana de lata negra a lo largo de todo el frente de la casa, los tubos fluorescentes, y nuevamente el ruido de la calle... Muchos discos, revistas y libros de rock (argentino sobretodo) de los 60 y 70, algunos cuadros, dos pufs, una guitarra de cuerdas de nylon sin cuerdas, otra con cuerdas, una mesa de vidrio redonda con sus sillas alrededor, algunos equipos de música antiguos, y otros no tanto que todavía funcionaban. Y un cuartito donde Chris acababa de mudar su estudio, ocasión ideal para registrar las nuevas composiciones que nos traíamos entre manos. Así que ya el mismo día de la llegada cuadramos que grabaríamos un nuevo disco de la Caravana, sonaba a locura, pero así es como se hacen las cosas. Ahí un link de la locura http://caravanacantante.bandcamp.com/track/fuego-de-mi-fuego.

Así fue que empezamos a convocar músicos amigos de Chris para darnos una mano. El primero en asomar fue Jairo, el esposo de su mamá. Venezolano con acento y todo, multinstrumentista nos dio una mano con percusiones varias (cajón, maracas, cucharas e ideas) y cuatro venezolano. Pero sobretodo nos brindó su amor paternal, nos trajo comidita, chocolates, y hasta ropa! Un nuevo papá en el camino. También participó Magalí, con un instrumento vietnamita bastante raro y cello. A ella la escuchamos cantar nuestra segunda noche en una galería de Miraflores. Esa noche también pasó por allí Esteban, un gran amigo, un hermano a quien encontré en cada uno de mis pasos por el Perú; la primera vez en mi primer paso por Arin.
Sergio vino con su contrabajo una noche y antes de que la cena estuviera lista ya había grabado tres canciones. Y el primer domingo limeño nos visitó Richi, a quien había conocido en la selva años atrás, y grabó un quenacho en otra canción. Para completar el sonido caravanero y la locura en la que nos embarcamos necesitábamos la colaboración de unos bandidos amigos, así que nuestro amigo Carreras nos grabó y envió desde Buenos Aires unas violas, unas flautas de Pablón, y por su parte Mark grabó los mejores bajos que podíamos esperar para las canciones que se lo pedimos. El resto Chris, Juli y yo. Y finalmente Chris se encargó de mezcla y master. Un hermoso proceso con su consecuente resultado. 5 canciones de la Caravana, una da Juli, una mía y una de Chris.

Nuestro primer fin de semana fuimos a festejar el día del niño a una zona sumamente marginal llamada Pamplona. Miguel Ángel, otro loco que conocí en mi paso anterior por Lima, nos convocó para el evento. Además de hacer nuestros juegos y canciones para más de 200 niños, ayudamos sirviendo chocolate y torta y pintando las caras de los chicos. Más adelante intentamos ir a algunas escuelas y jardines en Lima, lamentablemente la paranoia reinante no permitió siquiera que en las escuelas nos hicieran pasar para al menos escuchar nuestra propuesta. Siempre excusas como vengan más tarde, ahora la directora está en reunión, o simplemente aquí ya tenemos profesor de música… una pena.

Christian nos sumergió y empapó en una parte de la escena actual de la música limeña. Por un lado compartimos cenas y paseos con músicos más legendarios de allí, y por otro lado con algunos de nuestra generación. El festival ChePerú fue el primer encuentro de músicos argentinos y peruanos, llevado adelante básicamente por Florencia de Peperina Producciones con el empuje de Chris. Fue una noche muy amena y divertida, complementada por los encuentros previos con los músicos y bandas participantes. Rafo Raez, Magali Luque, Christian Van Lacke, Claudia Puyó, Julieta Rimoldi, entre otros. A lo largo de nuestra estadía conversamos mucho con periodistas, músicos y “fanáticos” de música argentina (de hace más de 30 años), y algunas preguntas como “Ahora que Spinetta no está y Cerati sigue en coma ¿que rumbo toma el rock argentino?” o comentarios como “me encanta la música de tu país Pescado, Sui, Charly, Manal” me hace pensar que hay cierto retraso en la llegada de algunas cosas. Hay muchísimo más hoy en día en Argentina que los nombres mencionados más arriba, incluso pensar que Claudia Puyó es un referente de la música actual (y nada tengo contra Claudia, todo lo contrario, gran carisma y corazón amigable del rock) creo que es errado, ya que no tiene mucho que ver con cantautores y bandas actuales de mi país. Y desde que internet es la herramienta que es, ya no hay excusas para no averiguar qué está pasando. En fin, ese es tan solo mi punto de vista…

Tocamos varias veces en varios lados más allá de nuestro recorrido dominical de sombrero. Además del festival tocamos en La Milonga en Chorrillos, en un ciclo de música y poesía La Papa Cósmica; e hicimos un ciclo en la acogedora Emolientería, los domingos. La Emolientería es un pequeño barcito en el barrio de Miraflores en donde sirven emoliente, esa bebida típica de la sierra con el toque de glamour de la capital. Solo que aquí también lo sirven piteado (con un poco de alcohol). La última fecha fue una hermosa despedida. La mayoría de los amigos que hicimos o reencontramos en Lima aparecieron esa noche allí Caro y Yamil, Miguel, Ces, Quique, Esteban, Pochi, Jairo, Magali, y todos los que no recuerdo. Para completar la sección laboral, cada domingo al mediodía hemos salido por Pueblo Libre a recorrer distintos restaurantes donde tocar. Hemos sacado buenas partidas, generalmente en un restaurant colombiano donde aprovechábamos para tocar “Acompáñala” de Toto & La Momposina.

Como siempre en cada lugar el encuentro humano es lo que más rico hace a un viaje. Caro y Yamil son dos personas muy lindas. Caro es artista plástica restauradora con raíces nómadas y una audaz y atrevida conductora, y su amigo Yamil, cantante y guitarrista, impecable en su presencia, un Elvis limeño!! Fuimos a su casa algunas veces, unas a cenar, otras tan solo a pasar el tiempo con ellos y sus perros, el Negro, un pirata callejero de vida, canoso y buenazo, y Thai, una pitbull amante de los hombres, posando su cabeza en un regazo masculino, siempre que tuviera la oportunidad. Incluso Caro nos convocó para hacer de extras en un comercial, trabajo en buen momento!! Doña Rosa, la mamá de Paty fue nuestra abuela en Lima, nos cocinó champú algunas veces (especie de compota cremosa con piña, granos de maíz, y sus secretos condimentos), nos invitó algún almuerzo de domingo, y en la semana nos llamó por teléfono alguna vez para ir a buscar la comida para los cuatro a su casa.

Una tarde fuimos de paseo a Pachacamac, invitación por cuenta de Walito, un amigo de Chris. Fuimos varios de los músicos que participaríamos en el festival. Parece ser que se trata de un lugar sagrado, que viene de tiempos preincaicos. Obviamente el imperio Inca cuando llegó por allí se apropio del lugar y sus riquezas. Era un punto donde muchos hacían sus ofrendas a los dioses, y donde quedaban almacenadas. Paseamos por la ruinas, subimos, bajamos, Juli y yo meditamos y por último almorzamos. Sinceramente no me deslumbraron las ruinas, un poco la historia. Pero cuando se escucha a un limeño hablar del lugar suena mucho más increíble. Debe tener que ver con ese orgullo que se encuentra en cada rincón peruano. Son gente muy nacionalista, su historia, sus ruinas, su comida, sus culturas ancestrales… Me imagino que debe pasar en más lugares, y no creo que esté mal, aunque no estoy de acuerdo. Luego de viajar y conocer culturas, lugares e historia creo que el orgullo de un país debería ir más allá, ya que eso muchas veces refuerza las fronteras y por lo tanto divide. Solamente otro punto de vista.

Pero nuestro paso por Lima fue tan importante para que el viaje tomara no otro rumbo, pero casi. Nos encontramos en el camino con nuestra combi Volkswagen de 1985 color azul claro abajo y techo crema. En un arrojo casi de locura y coincidencias la encontramos un viernes, el sábado volví con un mecánico a verla y el martes concertamos la compraventa. Así que a partir de este día había una nueva actividad en nuestra vida limeña: acondicionamiento de nuestra nueva casita. Visitamos varios mecánicos, hicimos frenos y dirección completamente nuevos, cortinas (primero de sacos plásticos y luego de tela), sacamos los asientos, conseguimos un colchón a un cachinero (vendedor de trastos) que encontramos en la puerta de la casa, reparamos la cassettera y por lo tanto compramos cassettes y hasta conseguimos el adaptador para enchufar el mp3, la lavamos, conseguimos un matafuegos y nos pusimos muy felices de tenerla.

Y así pues, con casa incluida, nuestra Caracola Rosinanta, es que nos dispusimos a continuar nuestro viaje. Claro que con el tiempo nos dimos cuenta que cuando compras un carro, sobretodo viejo, es bueno conocerlo y darle algunos kilómetros de recorrido en el lugar para ver cómo está… pero bueno, no teníamos el tiempo para ello. Más carretera nos esperaba, se nos había vencido el tiempo de estadía en Perú, y sobretodo teníamos muchas aventuras por encontrar y escuelas por visitar, ahora con movilidad propia podíamos entrar y frenar en cualquier lado que quisiéramos.


Entonces luego de un mes en Lima salimos hacia el Norte, una vez más. Nos despedimos entre besos, abrazos y hasta lágrimas de nuestros amigos Paty y Chris, y claro que nada nos alcanzaba para corresponder a todo lo que nos dieron, así que en representación de todo eso les regalamos una linda planta con una flor blanca. Todo listo? Ok, a la ruta. Apenas saliendo de Lima, pero apenitas nada más, nos para la policía porque no teníamos las luces prendidas en carretera, lo que nos correspondía una multa bien elevada; afortunadamente el oficial que nos atendió tenía hijos, por lo que un CD de nuestra música infantil hizo que podamos seguir en paz y sin deudas. Hicimos nuestra primera noche en Casma, un pueblo de pescadores. Cenamos por lo tanto un arroz con pescado y nos fuimos a dormir al lado del mar.  Al otro día nos despertamos con la charla de los pescadores esperando a comenzar su día de trabajo, y cantando mi cumpleaños. Una seño nos regaló un pedazo de torta, lo acompañamos con un café y un mate de coca, y continuamos carrera rumbo a Trujillo.

Llegamos a la ciudad alrededor de las tres de la tarde. Así como llegamos seguimos camino a Huanchaco, una ciudad balnearia que queda como a 20 minutos de Trujillo. Llegamos, bajamos a la playa descalzos para sentir la arena y mojar nuestras patitas en el mar. En nuestra última fecha de Lima en la Emolientería, Pochi, un amigo músico, nos recomendó a Román, para que nos ayude en nuestra estadía trujillana. Así fue que lo contactamos. Román nos dio no sólo una mano, sino dos para poder desarrollar alguna de nuestras actividades en su ciudad. Esa misma noche nos encontramos y recorrimos medio Trujillo. Llegó la noche y volvimos a pasarla a Huanchaco, para amanecer el cumple de Juli frente al mar. Luego de buscar por la ciudad, lo que más encontramos fueron amigos y más gente entrañable. Jahmu, cuidado y prolijo percusionista que nos acompaño en la filmación de algunos videos que hicimos para un programa de TV de una universidad, y nos dio una gran mano llevándonos a una escuela donde hicimos taller con los niños, un espectáculo y un taller para maestros de nuestra manera de trabajar. Jorge Luis, mejor conocido como “el chinín”, de bastante años menos que nosotros pero un gran artista, con muchísimo para dar. A cargo de las cámaras en el programa de TV que mencioné, y cabeza y creador de Escarabajo Sesiones (http://www.facebook.com/EscarabajoSesiones). Fue difícil cobrar bien por nuestra música. Afortunadamente nos encontramos con El Celler de Cler, que luego de una ardua charla nos abrió sus puertas. Manuel y Cler sus dueños fueron muy amables. Tocamos allí y cenamos cada vez que lo hicimos. Es un restaurant bien paquete (o ficho como dicen por Perú), que huele a madera de la selva, de donde viene Cler, con su característico flequillo y cara achinada. En Perú hay muchos mercados de ropa y lo que sea usado. Y Trujillo no es la excepción, compramos alrededor de 12 prendas por 10 soles, algo como 4 dólares, regalado todo. Compramos sacos de lana, pantalones, un chaleco, vestiditos para Juli, una remera… Hacía poco más de tres años con la Tribu del Mono habíamos pasado por allí también, en esa ocasión recuerdo haberme comprado dos pantalones y una chaqueta liviana, Nelo ahí compro a dos maniquíes (de la cintura para arriba) con los que armamos una pareja de tango!! De ida y vuelta entre Trujillo y Huanchaco pasó como una semana. Nuestras últimas dos noches en Huanchaco las pasamos con un conjunto de combis, eramos cuatro en total, estacionadas frente al mar. La sorpresa fue cuando una tarde estamos llegando allí mismo y vemos una combi que nos es familiar; efectivamente Ludo Zobeida Namaste y Samadhi, y Caro Marco Duña y Shanti, los ocho viajando en la Sumaq Allpa también llegaban por allí. Fue una gran alegría el encuentro, abrazos, anécdotas y charlas siguieron.

Así que luego de un afinamiento de motor, cambio de empaquetaduras, para seguir acondicionando la Caracola, seguimos camino rumbo Ecuador. Solo que llegando a Pacasmayo la camioneta se quedó, pues los carbones del alternador se acabaron. Así que Juli se fue con la batería hasta el pueblo en un camión a cargarla. Volvió como un ahora después en un mototaxi. Así llegamos al taller de Alex. Se hizo tarde así que nos quedamos a dormir allí mismo, entre herramientas, ruido de motos y humildad. Teníamos que ir a buscar algo de comida pero ya era tarde y el lugar no era recomendable para caminar de noche; así que hablando de esto con un hombre mayor, dueño anterior del taller y maestro de Alex, nos dijo que esperemos. Llegó a la media hora con su esposa e hija con una jarra llena de avena y unos panes, como regalo para cenar, GRACIAS! A la mañana siguiente fuimos a una escuelita del pueblo y para el mediodía ya estábamos de nuevo en carretera.

Cruzamos un largo desierto entre Chiclayo y Piura, tomando Coca Cola y picchando hojas de coca, para mantener la atención en la infinita línea gris. Para el final de la recta ya había caído el sol y la luna asomaba con todo su esplendor, tanto que hice la prueba  y por unos segundos apagué las luces y conducimos bajo el plateado reflejo de su luz. Antes de llegar a la ciudad de Piura (ya habíamos hecho poco mas de 1000 km desde Lima) encontramos un restaurant y solo eso. Estacionamos, pedimos un arroz con huevo y plátano para compartir y a descansar para seguir la mañana siguiente. Nos despertamos con el amanecer y la frescura de esa hora. Pedimos agua caliente para el mate, unos pancitos y a carretear nuevamente. Pasamos por asentamientos humanos, los niños iban a la escuela caminando, en burro, en grupo, de la mano, por el costado del camino. Empezaban a asomar algunos arbustos verdes luego de la extensa gama de marrones y grises que habíamos visto el día anterior. La fisonomía de la gente también cambiaba, en concordancia con el paisaje. Luego de Piura llegamos a Sullana, y allí donde casi todos doblan a la izquierda, para continuar por la playa, nosotros doblamos hacia la derecha para entrar a Ecuador por la sierra. A partir de allí el camino empezó a subir levemente. Antes de llegar a la frontera frenamos a comer unas empanadas de queso y un jugo de mango helado, el calor ya hacía varias horas que era fuerte.

Mi recuerdo de la frontera en la costa no era el mejor, así que fue otro factor para cruzar por la sierra. Además era el camino más corto para llegar a Vilcabamba, lugar al que ya dos veces había dejado “para la próxima”. Esta vez tenía que ser. Llegamos a la frontera. Pagamos un dólar por cada día que nos pasamos en Perú. Gracias y hasta la próxima.

Luego de recapitular sobre el tiempo pasado, aventuras y vivencias, y lo escrito en el blog, pienso que la calidad de gente que uno encuentra es lo que hace la calidad de tu viaje. El lugar más lindo e increíble puede ser opacado por la no tan buena onda de la gente, y el lugar más común con gente increíble pueden hacer del momento el mejor de todos los lugares! Hace poco leí que lo uno da es lo que recibe, así más que preocuparse en lo que recibe uno debe prestar atención en lo que da. Creo que con todo lo bueno que recibimos estamos dando por buen camino.

martes, 25 de diciembre de 2012


SI. Arin. (Valle Sagrado de los Incas)

Arin tiene como significado en quechua, Si, positivo, afirmativo. Luego de un mes en Cusco decidimos positivamente partir hacia Arin, que queda a dos horas en bus, bajando por las montañas. Es una pequeña comunidad dentro del Valle Sagrado de los Incas. Ellos, recorrieron todo ese Valle hasta llegar a Cusco y crear su gran imperio. Todo el Valle esta plagado de ruinas, simbologías en sus construcciones y montañas. Arriba de Arin, hacia la montaña, se encuentran el Pitusiray y el Sahuasiray, Apus (espíritu de montaña), y dentro del Valle hay muchos Apus.
Llegamos una noche, Lucas ya había estado por ahí, y nuestra idea era encontrarnos con Ludo y Zobeida, que tenían su casa allí. Al bajar del bus le preguntamos a una señora por ellos, pero nos dijo que estaban de viaje, entonces nos recomendó pasar esa noche en carpa en el patio de la casa su madre, que ya no vivía allí porque era muy viejita. La casa la alquilaba una indonesa llamada Nina que cultivaba hongos, a quien habíamos cruzado con Ludo y Zobeida unas semanas antes por Cusco. Así lo hicimos, caminamos con mochilas por la noche oscura de Arin, con linternas. Los caminos son pequeños senderos de tierra, no hay calles marcadas, son más bien grietas entre el verde. Pequeños canales de agua rodean toda la comunidad, se escuchan burros, vacas, perros que ladran, y por encima de todo eso, las estrellas más brillantes.
Dormimos en la carpa en casa de Nina, pero Nina nos contó que Ludo ya estaba de vuelta, asique fuimos a saludarlos esa misma noche. La situación era la siguiente: Ludo y Zobeida habían ido al festival Rainbow, un encuentro muy hippie y se habían vuelto en caravana, su casa y su patio estaba llena de gente, carpas, niños jugando, era un mini rainbow. No había lugar para sumarnos. Así que al día siguiente salimos a buscar un cuarto para alquilar. Decidimos quedarnos en la casa de Antonia, una mujer grande que vivía sola, y alquilaba sus cuartos, Lucas ya había parado ahí, el precio era bastante barato, la casa grande con vista al Pitusiray, el cuarto pequeño, subiendo una escalera, tenía dos ventanas por donde asomaban árboles. Todo se sentía muy acogedor.  Detrás de la casa, había una huerta,  dos perros, la flaquita (la apodamos), Buffy y chanchos, gallinas, y un criadero de cuyes, son pequeños conejitos de India. Lo más triste fue saber que todos ellos iban a terminar, tarde o temprano, en la olla.
Al siguiente día subimos a la cascada de la Sirena, Lucas me había hablado de ese lugar varias veces. Con mucho calor llegamos a la cascada, Lucas se sacó toda la ropa y se metió debajo, gritando. Yo no pude, el agua estaba helada! Seguimos subiendo un poco más y llegamos a un pequeño descampado verde.  Un pequeño paraíso. El sonido del río cayendo, la vista de todo el valle. Después de un rato aparecieron varias vacas y toros que cruzaron el río y nos rodearon en pocos minutos. Cuando uno los ve de lejos, les  parecen tiernos, pero cuando están muy cerca, son tan grandes que generan respeto. Muy amablemente les dijimos que estábamos ahí descansando y que no era nuestra intención molestar su paso. Se quedaron un rato hasta que siguieron su camino. Luego de esa experiencia, las vacas se volvieron el cotidiano de Arín, estaban por todas partes, eran unas vecinas más.
Mantuvimos nuestro contacto con Cusco, sobre todo los fines de semana. Ibamos a trabajar todos los sábados al mediodía, tocando en un restaurant muy turístico. A veces íbamos viernes por la noche, o nos quedábamos el mismo sábado a dormir. Siempre algún amigo, o amiga nos alojaba, asique nuestras amistades de Cusco se fueron haciendo más fuertes. Pero en general en Arín, pasábamos mucho tiempo en la casa, con Alex, un niño de 12 años que trabajaba para Antonia.  Yo tejía, Lucas tocaba la guitarra. El Sol del mediodía era el mejor momento para bañarse con agua helada, para lavar la ropa y por la tardecita pensábamos en que comer, ya que cenábamos muy temprano y a las ocho a veces ya estábamos en la cama. Nos despertaban Antonia y Alex como a las siete de la mañana, hablando en quechua o escuchando una especie de cumbia, regeton, wayno a todo volumen. Pero muchas veces yo me despertaba al amanecer sólo para saborear ese pequeño instante de silencio total, un tono celeste entrando por las ventanitas y algún gallo cantando el buen día.
Momentos memorables del Valle:
Decidimos ir al mercado de Urubamba, una zona más urbana del Valle. Empezamos yendo a tocar por comida, pero nos contaron que los niños estaban sin clase, porque las escuelas del Estado estaban de paro hacía bastante. Entonces decidimos hacer un taller con todos los niños del mercado, los hijos de las mamitas que vendían ahí. Ellos estaban sin hacer nada dando vueltas por el mercado. La primera vez fue difícil juntarlos, pero fuimos casi dos veces por semana durante un mes. A la tercer clase, llegábamos y ellos se acercaban en seguida e iban a buscar los que faltaban, al final eran entre 25 y 30 niños, jugando con nosotros, corriendo por todo el mercado. Las mamitas nos llenaban de comida e inclusive los mismos niños nos traían más comida cuando ya habíamos salido del mercado. Sus sonrisas, inolvidables. Las sonrisas de las mamitas, inolvidables. Nuestras sonrisas, inolvidables.
Fuimos a una pequeñísima escuela de Arin, los niños eran tan diminutos que nos seguían los juegos como si se movieran por primera vez, un momento de especial ternura.
Nos vinieron a visitar Manu y Lore, llegamos por la tarde a Arin y se quedaron a dormir en nuestro pequeño cuarto. Antes de acostarnos, Lucas les dijo: “Disculpen, pero Juli y yo nos tiramos muchos pedos a la noche”, y ellos dijeron “nosotros también”. Al día siguiente los llevamos a la cascada. Lucas y Manu se metieron debajo y sobre todo Manu estuvo un buen rato debajo de la cascada como si el agua estuviera caliente. Incomprensible para mí. Después almorzamos más arriba y a la tarde nos volvimos los cuatro para Cusco. Un hermoso encuentro de verdaderos amigos.
Era la celebración de la Virgen del Carmen. En Arín se celebra de esta manera: Se elije a algunos anfitriones de la comunidad y a ellos les toca cocinar y recibir en un su casa a los bailarines de la celebración. A Antonia le tocaba este año ser una anfitriona, asique se paso dos días completos cocinando todo tipo de carnes especialmente. Uno de eso días bajo al baño y en el medio del patio había dos chanchos completamente abiertos, sangre en el piso y bueno…yo, completamente impresionada. Es cultural, me dije. La noche anterior a que llegaran los bailarines, fuimos con Lucas a la plaza para ver un poco de la celebración. Se trataba de unos bailarines danzando frente a la Iglesia, tenían mascaras blancas de tela en la cara y un látigo con el que se pegaban por debajo de las pantorrillas. Una señora, la única, pero era un señor vestido de señora bailaba en el medio, y parecía que los demás hombres se daban con el látigo por ella. No entendía bien el baile. Me dijeron que era preinca, pero no mucho más, la imagen no era del todo colorida ni alegre, para mi. Porque otra vez, es cultural, me dije. Al día siguiente llegaron los bailarines con una pequeña orquesta. Hubo fiesta en la casa desde el mediodía hasta la noche. Muchísima comida, de la cual yo sólo comí papas y pan. El resto era diferentes tipos de carne y yo estaba un poco impresionada con la imagen de los chanchos. Fue divertido. Los señores de los látigos me sacaban a bailar sin parar y a Lucas lo sacaba una mamita muy bajita y gordita, que se reía mucho y se bailaba todo. Y la chicha (fermentado de maíz) había hecho también su efecto.
El festival Kokopelli (semillas orgánicas),se realizó los primeros días de Agosto. Fuimos a trabajar en un puesto de comida de Ludo, Zoveida, Caro y Marco (pareja francesa que habíamos cruzado en Copacabana y luego en lo de Ludo). Aunque estuve un poco enferma de resfrío tremendo y en este lugar al final del Valle, hacía mucho frío de noche, disfrutamos los paisajes, algunos fogones de música, charlas interesantísimas sobre la historia del Valle y porque se lo denomina sagrado. Y nuestro encuentro con amigos, niños y todo tipo de gente.
Por medio de Ylliari, una amiga de Cusco, conocimos a Claudia, directora a cargo de un hogar llamado "Casa de Milagros" en Lamay, cerca de Arin. Fuimos de visita un dáa. La casa quedaba alejada del pueblo, debajo de un cerro. Una casa hermosa, llena de colores y pinturas, mariposas gigantes y un perro que de hobby, chupaba una piedra. Había niños de todas las edades, todos muy lindos, sobrevivientes de historias terribles, valientes y sonrientes. Nos enseñaron mucho más que cualquier libro, más que todas las palabras que cuentan de que se trata esto. Ellos, nos recibieron con los brazos abiertos, nunca una queja, nunca una cara larga. Aunque la vida los haya puesto en el peor lugar de muy pequeños. Casa de milagros tiene el nombre bien puesto. El lugar te recibe, te hace sentir bien y cómodo enseguida. Claudia es muy amorosa y supo llevar adelante el proyecto aunque le fue difícil al principio. Pasamos una tarde con los niños cantando, cenamos con ellos contando chistes al estilo ..."cual es el colmo de"... y prometimos volver otro día y quedarnos a dormir. Así fue, volvimos, contentos, el afecto se hizo enorme en poquísimo tiempo. Cenamos otra vez contando chistes. Soledad, la niña más pequeña, que cantaba sus propias canciones inventadas en el mismo momento, puso el broche de oro a la noche. Acercándose al oído y con vos de susurro me dijo ..."Cual es el colmo de un payaso?"... No se, respondí, ...."tirarse pedos de colores".... Me reí varios días seguidos. 
Fuimos a una escuelita llamada Tikapata, muy alternativa. Nos acordamos mucho de nuestro trabajo en el jardín Risas de la Tierra en Buenos Aires. Los niños eran muy lindos y esta vez venían de familias de dinero. Pero se notaba que había una linda educación. Aunque siempre haya algo para criticar. Se ve que el mundo es así, todo tiene sus dos caras.
En este tiempo, Lucas leyó un libro que habla del significado de las sombras del Pitusiray y Sahuasiray. De ahi salió una canción, que dice: “devolvele el tiempo al corazón”. En el festival estaba el autor del libro dando una charla y cantamos la canción.  Un momento mágico y especial. Aunque yo tenía un resfrío que no escuchaba ni mi propia voz.
Terminó el festival y volvimos a lo de Antonia solo para empacar y partir hacia Lima, 5 semanas en el Valle. Nos despedimos de Ludo y Zoveida, sabiendo que los volveríamos a encontrar en algún rincón del camino aunque  nunca se sabe cual es el giro que puede dar ni el viaje, ni la vida misma. Pero si aprendimos en Arín , a decirle SI al Tiempo del corazón.


jueves, 6 de septiembre de 2012

VIAJERO QUE NACE, NADA LO DESHACE - Cusco
Llegamos a Cusco alrededor de las 5 am. Pensaba que nos iban a dejar dormir en el bus un rato más, hasta que amanezca, como me había sucedido años atrás. Pero solo fue un pensamiento, ya que como ganado tuvimos que bajar.  Estábamos con una pareja de argentinos que habíamos conocido rumbo a la Isla del Sol con quienes compartimos el viaje. Entramos a  la terminal repleta de gente, a esa hora imaginaba que el día de ciudad no estaba sucediendo allí dentro. Solo imaginaba. “¿Necesita un taxi?” “¿ya tiene donde dormir?” no, gracias. Solo desayunar algo, que a los 15 minutos ya era un café y una quinua con manzana, y un pan muy grande, dulce.
Amaneció y partimos al centro, caminando. Recordaba (nuevamente) que la caminata no era tan larga como lo era, o sería que el peso de las mochilas multiplicaba los metros. Llegamos a la Plaza de Armas bajo una garúa de recibimiento. Frío. Más vendedores de hospedaje. 7 am.
Acompañé a los chicos a ver su hostal mientras esperábamos a que sea una hora razonable para llamar al Chato Alonso, a quien habíamos encontrado en Coroico, y nos había ofrecido su casa. Así que un rato debajo de las galerías de la plaza, viendo pasar a la gente a su trabajo, a los niños a la escuela y a la ciudad empezar su día.
Seguía el agüita cayendo y el frío así que decidimos subir a San Blas, el barrio bohemio de la ciudad, o al menos esa es su fama. Adoquines, balcones coloniales, paredes blancas, calles con nombres extrañísimos que duran sólo una cuadra, la siguiente cuadra tiene un nombre aún más raro, infinidades de escaleritas y curvas, pocas calles para carros; horas donde se corta el agua; “el barrio del artista”. Hospedajes; tiendas de venta de cuadros, pinturas y artesanías locales con precios de importados (con exactamente los mismos productos); afiches y bares con “la mejor música en vivo de Sudamérica” y las peores y mejores bandas, sólo de covers y tributos, de la zona; restaurantes turísticos con comida mexicana, pizzas italianas, comida vegetariana hindú… y menúes peruanos; art restaurants sin arte y cafés culturales, sólo con una mala cultura de venta; lavanderías y agencias de turismo; tiendas de comida orgánica y centros de yoga; vendedores ambulantes de lo que inventes que necesitas; artesanos y músicos callejeros; una plaza pintoresca con su caída de agua y dos escaleras rodeándola, con su respectiva Iglesia; y las últimas tiendas de abarrotes de gente del lugar; “el barrio del turista”.
Fuimos para el Mercado, por nuestro segundo desayuno del día, que consistió en Quaker (avena dulce hecha sopa calentita) compartida, un sándwich de queso y un pedazo de torta, de esos que venden por aquí.
Encontramos al Chato abriendo la sandwichería de su familia alrededor de las 9 am. Nos invitó a su casa, despertamos a Laura y a Sunka, su perrito nuevo, blanco y con barba (sunka en quechua). Dejamos las mochilas, fumamos otro tabaco, y salimos a dar una vuelta a buscar alguna habitación para alquilar por el mes.
Después de varias horas de dar vueltas, viendo algunas pocilgas y otras impagables, encontramos un lugar por la calle Tandapata, ahí donde hay dos tiendas enfrentadas, subiendo por la escalerita del costado, doblando hacia la izquierda, subiendo por la segunda escalerita a la derecha, a mitad de subida. La señora Marina tiene varias habitaciones en alquiler. Ésta en particular da justamente a la escalera, nuestra mesa diaria, donde compartiríamos tantos desayunos, cigarrillos y vistas de la ciudad; la puerta pegada es el baño, y no le da el sol (de esto nos dimos cuenta con el paso de los días). Marina también tiene su esposo que viaja seguido a Argentina, sus hijos César y Blas, y su encantador perro Tiburón, que también vivía sobre la escalera y fue nuestra gran compañía hogareña. Sólo que nos mudaríamos al día siguiente. Así que volvimos a lo de los chicos que nos esperaban con un delicioso almuerzo, papa rellena acompañada de un saltado de succini, morrón, aceitunas negras y nueces, y un buen pedazo de queso. Juli se echó un rato a descansar y yo me quedé charlando, coqueando y fumando  con nuestros amigos y con Lorena, futura gran amiga, que llegó al rato.
Cuando Juli se despertó estaba en plena sincronía con la luna, y sumado a la falta de agua de la casa, decidimos ir en busca de un hostal para pasar nuestra primera noche. Nos bañamos, salimos a dar una vuelta y a pasear los instrumentos, y de ahí a dormir. Al otro día era sábado, queríamos ir al Baratillo (un mercado muy pintoresco en donde se encuentra de todo, usado, viejo y semi-nuevo, y muy barato) pero era mejor quedarnos a limpiar nuestro nuevo hogar, ambientarlo y ordenar. La primera vez que vaciamos completamente nuestras mochilas. En el cuarto había una cama de plaza y media con un buen respaldar de madera con mueble, con un colchón de dos plazas, una sábana y varias pulgas. Un mueble largo que usamos de escritorio, ropero, alacena y mesada para cocinar. Una cocinita con dos hornallas, horno que no andaba y su garrafa. Algunas maderas, paredes con pintura al agua verde claro (con un poco de humedad), suelo helado de baldosa roja rota y cemento, un almanaque de 2012 pegado con pedazos desprolijos de cinta de papel, dos huecos en las puertas donde deberían ir los vidrios (que el inquilino anterior había sacado para ventilar), una sábana blanca y sucia que hacía de cortina entre la puerta y el cuarto, y una lamparita de bajo consumo y baja iluminación que le daba aspecto hospitalario a la situación. Pero estaba a buen precio para nuestros bolsillos. Con los días armamos una lámpara de cartón y bolsa amarilla que, sumado al cambio de lamparita por otra más potente, mejoraba el ambiente. Pusimos cartones a medida en las puertas, armamos una mesita ratona con una caja y unos bancos de tabla y ladrillo, nos regalaron un mueble de televisor que usamos como escritorio, prendimos bastante palo santo, asoleamos mantas, echamos a las pulgas; y así, con el tiempo, el cuarto fue nuestro, que a pesar del frío y la humedad rebalsaba de amor.
Al otro día nos encontramos con Yllari y Michael. A ella la conocí en mi viaje anterior, y como aquella vez en Lima, nos dio una gran mano. Un gran encuentro, con el tiempo sentimos mucho amor de su parte, se convirtieron en nuestros seguidores a varios conciertos, nos abrieron las puertas de su casa para descansar mejor que en ningún lugar, recetas naturales para combatir el frío, y hasta musicalizamos una poesía de Ylla, resultando una hermosa canción de cuna. Quedamos para ir esa misma semana a distintas escuelas donde ella trabajaba con su proyecto de Tierra de Niños. Fuimos además, dos veces a Huacarpay, 40 minutos al sur de la ciudad, entre los cerros al borde de una hermosa laguna, a una escuela que había servido de refugio para el pueblo luego de las inundaciones de 2010, que ahora funcionaba como internado, donde vivían y aprendían alrededor de 20 niños, de 5 a 12 años. En todas las escuelas nos recibieron muy bien, pero aquí sobretodo nos sentimos muy bienvenidos y abrazados por todos los niños y la gente que trabajaba allí. La pena es que al poco tiempo que fuimos dejó de funcionar como internado, por la escasez de recursos económicos.
Como en varios de los anteriores lugares no fue simple encontrar nuestro recorrido laboral. Tocando por el sombrero nos dimos cuenta que la gente en Cusco ya está cansada de los músicos ambulantes, sea que hace tres meses que tocan la guitarra o tengan diez años de trabajo previo. En los bares piden música comercial, covers o tributos a bandas reconocidas que ya no existen, porque parece que al turismo “no le gusta la música desconocida” cuando mucha gente queda encantada al escucharnos, y se ve a la hora de la venta de discos; hay que tocar bajo reloj, según el acuerdo previo (hasta dos horas ininterrumpidas), sin tener en cuenta que el artista puede saber cuándo hacer una pausa o cuando dejar de tocar, teniendo en cuenta el intercambio con el público. La verdad que nos sorprendió mucho la falta de interés y la subestimación hacia los músicos, que en la mayoría de los lugares son considerados como un empleado más del bar, sin tener en cuenta el trabajo artístico. Obviamente no es culpa solo de la ignorancia, mediocridad y negocio de los dueños de los bares, sino que ya han pasado y siguen pasando muchos “músicos” por estos lugares, aceptando la propuesta y tomando la música sólo como un medio para subirse a un escenario, ganar algunas monedas, tomar bebidas blancas (ya que la cerveza es muy cara para invitar a los músicos), conquistar chicas; sin pensar siquiera en generar algo nuevo, o el que lo genera no se anima a hacerse cargo de ello. En fin, es mi punto de vista, y cuanto más covers nos pedían, más nos embanderábamos en nuestras canciones. Claro que reinterpretamos algunas canciones que no son nuestras, solo que no entran tampoco en la categoría de “canciones de bar”. Afortunadamente siempre hay excepciones a las reglas, y luego de andar lo debido, encontramos un circuito donde tocar. Hemos tocado tres, cuatro y hasta cinco noches seguidas, que si bien cada una por separado no daba una buena suma, al fin de la semana contábamos un bolo interesante. Tocamos mucho en muchos lugares, entre otros Ukukus, Frida, Nuna Machay, The Muse, Casa Chulls, Hostel Milhouse, Sipas Huayna, La Oveja Negra; este último en particular un lugar muy recomendable, bohemio, de varios años de trova y donde tratan a un músico verdaderamente como se merece, al menos en relación a otros lugares. Y durante varios sábados seguidos fuimos contratados por el restaurante Dargon´s Palade, que es también una Galería de Arte Contemporáneo. La segunda vez que llegamos por allí para arreglar conciertos nos encontramos con Phil, limeño, gran cellista y un humorista muy despierto y ácido; nos dio una gran mano para empezar a tocar allí, y lo fuimos cruzando a medida que la buena onda crecía y el tiempo pasaba. También encontramos el recorrido para tocar por el sombrero, que también aprovechamos, pero se trata de algo extra, ya que también hay muchos “músicos” tocando en restaurantes y en la calle. Igual todo negativo deviene positivo si se sabe cómo; así que esa indignación la transformamos en inspiración y nos dedicamos a componer. Hemos encontrado la fluidez de hacerlo de a dos, y a mi parecer es mucho más rico que cuando lo hacía en solitario. Se nos ha resaltado mucho el trabajo que tenemos en las voces, gracias Juli! además de las letras y el armado de la canción.
Con el tiempo conocimos más gente, y entre ellos a una gran pareja de amigos Manu y Lore, de Lima, con quienes compartimos no solo amistad y vida, sino la música. Manu es un gran artista y compositor que en el intenso encuentro nos influenció lo justo y necesario como para componer una hermosa canción “Mañanita de San Blas”, nuestro nuevo gran hit! Y Lore, cual relojito, lo acompaña con su djembé afirmando cada canto. Compartimos caminatas, almuerzos, mates, cigarros, abrazos, noches, cuartos, alfajores arequipeños, canciones en distintos bares de fechas de ambos, risas, música para escuchar… Tienen muchísimas hermosas canciones que tanto gozamos, pero hoy rescato “Viajero que Nace” para inspirarme en el título del capítulo. Eso que sentía en Coroico respecto del sentimiento de amistad, aquí lo volví a sentir y a reafirmar, es tan reconfortante encontrar amigos del alma con el paso de los pasos.
Nuestro segundo sábado en la sagrada ciudad. Finalmente fuimos al Baratillo, conseguimos el nuevo abrigo para Juli, mi navaja, poco más de ropa, ocas (clase de tubérculo) y camote (batata) asados. Cuando volvíamos teníamos que pasar por el lavadero a buscar nuestra ropa limpita (antes siempre había sido a mano) y en el camino encontramos a Jere y La China. Nos habíamos conocido semanas atrás en Copacabana. Lindos abrazos y reencuentro, anécdotas, bienvenidos y nos vemos pronto. Con el tiempo nos seguimos encontrando y compartimos mates, charlas, consejos, canciones, historias, recetas para mejorar la panza y hasta una tarde de grabación, poniendo a prueba nuestra grabadora.
“No conmemores” le dijeron a Juli tiempo atrás cuando decía que hasta ahora no se había afectado en nada su estómago por la comida. Efectivamente, el pez por la boca muere. A las dos semanas de estar en Cusco su panza se infló mucho, todos los aires que salían de cada parte de nuestro cuerpo no solo olían, sino que prácticamente se podía tocar el huevo podrido. Para no dejarla sola obviamente me uní en el malestar estomacal y me enfermé por una noche, mientras afuera los fuegos artificiales más impresionantes que habíamos visto servían para conmemorar las fiestas en la ciudad, nuestra enfermedad servía para hacernos frenar y conmemorar nuestra humanidad. Adrián, un papacho que vive en Sacsayhuaman, que conocimos a través de Yllari, nos recomendó tomar té de ajenjo o palma real. De las cosas más feas que has de probar en tu vida, pero así de natural y sanadora para la panza.
Así que para el solsticio de invierno llegamos bien limpios, listos para comenzar un nuevo ciclo. La pena era que ese día queríamos ir a visitar a Ludo y Zobeida y a su hija Namasté, a quienes había conocido en mi viaje anterior por Lima, y a su nuevo niño Samadhi, a Arin, una pequeña comunidad en la que había residido en cada uno de mis pasos por este lugar, en el Valle Sagrado de los Incas, lugar que todavía no habíamos visitado. Pero qué linda que es la vida cuando nos sorprende; ya que decidimos al menos caminar media hora hacia arriba, saliendo de la ciudad, para ir a descansar al sol abierto, al Templo del Mono y Templo de la Luna (lugares a los que nos habían llevado Lore y Manu), y nos encontramos allí mismo con Ludo y Zobe y los niños. Compartimos algunas horas hablando sobre los proyectos de todos, Pedagogía 3000, coca y mate de muña. Nos despedimos y quedamos en vernos diez días después en la EcoFeria de Urubamba, otra ciudad que queda en el Valle, adonde ellos como otras 50 personas más se reúnen el primero y tercer domingo de cada mes a vender sus productos orgánicos y compartir un día de familia y amigos. Así fue que fuimos, tocamos y cantamos nuestras canciones, y tuvimos un hermoso recibimiento. Cada feriante aporto algún producto suyo a una bolsa común que nos regalaron, y recibimos así pasta de aceitunas, pasta de chocolate, cacao en barra, barras de cereal, guantes tejidos, harina y galletitas de coca, creps para el momento, entre otras cosas, pero sobretodo la buena onda, sonrisas, aplausos y mucho amor.
Luego de nuestra inevitable purga, un nuevo ciclo. Que mejor que festejarlo yendo al Inti Raymi (Fiesta del Sol) que se celebra cada año, desde tiempos inmemoriales, en Sacsayhuamán. Claro que no es lo que era, ya no. Las ruinas que están cercadas por una entrada durante todo el año, se abren para dejar entrar miles de personas, en su mayoría peruanas, a pasar su día de picnic. Mucha basura a pesar de los carteles en inglés y bolsas negras para desperdicios. Las peleas por el lugar. Todos sentados, al que se paraba le tiraban desde huesos de pollo hasta cáscaras de mandarinas o botellas con agua. Vendedores de comida, de stickers protectores para celulares, golosinas, y hasta un hombre araña vendiendo yo-yos del hombre araña. Cuando empezó la ceremonia, las cámaras de fotos y filmadoras eran más que los ojos que miraban lo que sucedía. “Vamos?”, y nos fuimos antes de que termine. Para coronar nuestro evento tan pochoclero compramos una bolsa de canchita (pochoclo) y bajamos caminando con sensación de estafa. Cultura del negocio de la cultura.
Una anécdota graciosa: en el cuarto arriba nuestro vivía José, o más conocido como Lobo o Loboman, líder de otra banda de covers de reggae “Loboman y los Legalized”. Cada vez que andaba por allí nos deleitaba con el mismo disco de hits de reggae, siempre el mismo. O con sus toses matutinas, parecía que estaba sacando un monstruo de adentro; pero siempre con una sonrisa, un poco de humo para ofrecer o un simple buenos días. Una de aquellas mañanas, mientras disfrutábamos nuestro desayuno de escalerita lo vemos subir al Loboman con algunos secuaces, quienes evidentemente no habían dormido, con algo de trago en las manos. Entraron directamente al cuarto luego del saludo y no menos de media hora después uno de los pelilargos abre la puerta del cuarto, más no la reja que seguía y se mandó un formidable lanzamiento seguido de un carrasposo “¡Qué asco!”. El vecindario…mientras nosotros ingresábamos nuestro primer alimento del día, otros botaban el de la noche anterior. Encuentro inolvidable!
Ya antes que se cumpla el mes de contrato de la habitación decidimos que nos iríamos por una corta temporada a vivir un rato en Arin. Así que cuando fue el tiempo rearmamos las mochilas cada vez mas rebalsadas, limpiamos la habitación y nos despedimos de nuestros amigos, sabiendo que ya volvíamos, no nos separaban más que dos horas de viaje con algunas montañas de por medio; y nos unía no sólo nuestro contrato para cada sábado al mediodía y la necesidad de trabajar.
Cusco fue bien complicado, y no es que dejara de serlo, sino que supimos fortalecernos, saltear los obstáculos y sobretodo seguir aprendiendo. Nuestro corazón se va fortaleciendo cada vez más, nuestro extrañar sigue tan presente, y la aventura cada vez más vertiginosa. Estamos viviendo un sueño que es muy real y verdadero, que fue una idea la primera vez ¡Qué bueno que le abrimos paso!, que la hicimos crecer hasta volverla imposible de romper y posible de transformar. Como se le ocurrió cantar a Manu en su canción, a un viajero que nace nada lo deshace.



sábado, 28 de julio de 2012

VENUS, EL METEORITO, LA LUNA Y EL SOL-Copacabana, Isla del sol.

Nos fuimos por un camino familiar e inolvidable, sus flores saludando, el sol acompañando.  El viaje hacia Copacabana, subiendo nuevamente, bordeando montañas, y así volvimos al frio de la altura que agradablemente cambiamos por los diminutos jejenes del calor que dejaron marcas también inolvidables en brazos, piernas, manos y cara. 
Micro, Lancha, costa y praderas. Llegamos por la tarde. Como de costumbre yo me senté  en un banco de plaza y Lucas se fue, esta vez a buscar a Ariel, amigo de la Comunidad “chapatista” que estaba por unos días ahí, y podía recomendarnos un buen lugar para parar. Mientras estoy sentada, observando el nuevo paisaje, lo veo a Ariel cruzando la calle, le grito, se acerca, abrazo de encuentro. Le digo “acabamos de llegar”, y Ariel me dice “si claro, por eso pasé por acá”. Pero no sabía ni cuándo ni a qué hora llegábamos. Eso de la sincronía. Me invita unas facturas (bolivianas) y esperamos a Lucas.
Ariel amablemente nos lleva hasta Sol y Luna,  es el hospedaje y casa de Libertad, A unos 20 min caminando del pueblo, bordeando el inmenso lago Titikaka, se ve una lucecita en el fondo, esa es la casa de Libertad. La cruzamos a mitad de camino en bicicleta, y quedamos en tirar la carpa, por pocos bolivianos y ayudar en lo que haga falta. La casa de Libertad es muy especial. Tiene ducha solar, una cocina afuera con techo de retazos de maderas de eucalipto, mucho reciclado, reutilizado y toda agua necesaria viene del Lago, que está a unos pocos metros de nuestra carpa. Pequeñas olas en la orilla nos acompañan cantando como un mantra.
Despertar cada mañana fue una bendición, salir de la carpa y darse cuenta de que un Lago tan ancho como un mar estaba ahí a nuestro lado, con una presencia arrasadora. Dice la leyenda, que debajo existe una ciudad, sus habitantes eran grandes magos que usaron sus poderes negativamente, entonces su Dios lanzó un gran diluvio que los dejó bajo agua. Dice la leyenda y la verdad que estando ahí, a uno le cuesta creer que a casi 4000 metros de altura, se encuentre un lago de esta magnitud. 
Todas las mañanas nos acompñaban el sol tan cerca, los árboles y el lenguaje de la naturaleza, en constante diálogo. Cocinamos los Chapatis nuestros de cada día, un fueguito abrazador en cada noche congelada. El contacto constante con el Lago, lavando las ollas, vasos y cubiertos. Juntando agua para regar, cocinar y lo que hiciera falta. Conocimos a algunos viajeros que estaban parando y Libertad, boliviana con una madre llamada Victoria, y un legado al cuidado de la naturaleza y la comunidad.
Recorriendo el pueblo, entendimos que tocar no sería tan simple, ya que es muy turístico y había varios músicos dando vueltas, probamos algunas veces con poco resultado, trabajé un día de camarera en un pequeño restaurant por unos 30 bolivianos, lo cual es muy poco. Tuvimos algunas noches afortunadas, donde pocos oyentes dejaron billetes, cariño, y salimos adelante cuando llegó el fin de semana y se llenó de paceños con ganas de vacacionar. Por las noches, el camino hacia la casa de Libertad lo hacíamos a muy buen ritmo para  entrar en calor, técnica que emplearíamos en adelante como herramienta combativa a bajas temperaturas.
Después de cuatro días decidimos ir a Isla del sol, un mediodía tomamos una lancha por una hora y media, un viaje en la cubierta, para disfrutar el paisaje y después de una hora dejar de sentir la cara del frío. El paisaje tiene un aire a Tierra del Fuego, un horizonte perdido con algunas islas, el viento, la luz. Lugares especiales que me hacen sentir como si estuviera dentro de un sueño. A pesar del frío, disfruté mucho el viaje, todo el tiempo sentía que estábamos navegando entre los picos de una cadena montañosa, una sensación nueva y muy extraña para mí.
La isla del Sol no es para nada plana, sino que es como lo imaginaba, la punta de un monte, con muy pocos árboles. Bajás de la lancha y empiezan las subidas y bajadas, no existen los autos, ni las bicicletas, la gente camina, las calles no son calles, son caminos sin nombres, no hay una ruta bien marcada, se camina entre las casas de barro, se cruza de costa a costa, se sube y baja por piedras.  Y es muy turística, no por la estética si no por los precios.
Nuestra primer idea era acampar en alguna costa, pero recorriendo un poco, nos fuimos enterando de que no está permitido en casi ningún lugar y menos para hacer fuegos, tampoco había mucha leña a la vista, y para entrar al camino que va a las ruina, donde tal vez podíamos acampar, había que pagar  o ir por la noche, pero estábamos cargados.  En fin, decidimos ir a lo de Alfonso, quien nos llevó en la lancha y tenía un hospedaje que nos habían nombrado. Lo de Alfonso era subiendo por varias piedras, la vista desde ahí era increíble. Alfonso nos dejó poner la carpa sin cobrarnos un precio fijo, asique nos instalamos sobre la mejor superficie que encontramos, con todo un horizonte de agua e islas por delante.  El lugar tenía una cocina muy especial, afuera pero con un techo de paja, el horno era de barro, con agujeros en la parte superior, entonces se formaban como hornallas perfectas para cocinar, por detrás de las hornallas se escuchaba un ruido muy extraño, cuando me acerque me di cuenta de que había varios cuises (conejitos de india), la familia de Alfonso también usaba la cocina con el resto de los turistas, les pregunté qué hacían con los cuises, me contaron que los alimentan y luego se los comían, Ay…..Más allá de este acontecimiento cultural, la familia era muy amable, divertidos y muy dulces. Charlamos bastante con ellos, pero entre ellos hablaban siempre en aimara, lo cual era hermoso de escuchar a pesar de no entender ni una palabra.
La primera noche, la familia de Alfonso hizo una gran fogata para recibir la luna llena. Fue una experiencia hermosa, todos los turistas reunidos, sin conocernos, pero en comunión alrededor del fuego. Un músico, supongo de Estados Unidos, de unos 60 años, hippie, cantó varias canciones muy country, fue como escuchar un disco de Dylan. Con Lucas le cantamos una canción a la Luna de Toto La Monposina y una parejita de colombianos cantó unas canciones muy dulces.  A Lucas se le ocurrió dejar unas piedras en el fuego para luego calentar la carpa. Una brillante idea que nos acompañó cada noche en la Isla y para aprovechar lo que la naturaleza provee.  La luna estaba redonda, redonda. Fue nuestra primera noche en La isla y fue suficiente para entender que algo especial nos  aguardaba.
Con Carlos y Pau, que estaban parando ahí mismo, una pareja que habíamos conocido en Sucre, él Argentino, ella Alemana, hicimos la caminata a las ruinas por la noche; no hizo falta linterna, la luna estaba tan brillante como un enorme farol y nos iluminó todo el camino. Como suele pasar, las ruinas son lindas, pero tan turísticas que uno no sabe si están ahí desde hace mil años o fueron  reconstruidas para el turismo. El lugar era agradable de todas maneras y contemplamos la noche iluminada sentados sobre unas piedras y no nos fuimos de aburridos sino por el intenso frío.
Una mañana fuimos a una escuela a hacer nuestro registro y taller con los niños. La escuela queda frente al lago, las niñas juegan al futbol vestidas de mamitas, trenzas, pollera larga y sombrero, los niños de papachos, sandalias, pantalón de vestir y gorra. La vista es paradisíaca y con Lucas no podíamos creer que exista una escuela donde los niños puedan jugar  frente a ese horizonte, y en su recreo irse a escalar los montes sin límites. Nos fue muy bien y volvimos como siempre, con el corazón lleno.
Al llegar a lo de Alfonso, mientras preparábamos nuestro almuerzo, llega una señora conocida de la familia. Yo la miro, lo miro a Lucas y le digo, sabes quién es? Lucas duda, yo le digo a ella, “usted es Noemí” ella sonriendo me dice “no…” Pero es Noemí, quien es Noemi? Alguien que queríamos conocer hace mucho tiempo. Se dedica a la Pedagogía y con Lucas habíamos visto un video de ella que nos conmovió a tal punto que intentamos buscarla por varios lugares, sabíamos que residía en La Paz pero no logramos ubicarla, le mandamos un mail pero no hubo respuesta. Y cuando uno deja de buscar, encuentra. En el medio de una Isla a casi 4000 metros de altura, en la cocina de una casa de familia que habla más aimara que español, aparece ella. Si nuestros corazones estaban llenos ahora rebalsaban.
Charlamos un rato con ella, le contamos de nuestro proyecto y que queríamos conocerla. Ella amablemente nos escuchó, y luego de un rato, nos preguntó, “mañana que hacen?”, pensábamos irnos pero nos propuso algo imposible de rechazar. Mañana, era jueves, un día muy especial en el calendario, ya que Venus transitaba frente al sol y toda su energía estaría disponible para aprovecharla. Noemí, nos proponía pasar un día en su casa, hacer cuatro ceremonias para agradecer, reflexionar, profundizar y recibir la energía de Venus. Y claro que fuimos!
Nos levantamos alrededor de las 6 de la mañana, la idea era hacer la primera ceremonia recibiendo al sol. Nos habían indicado que su casa queda “subiendo”, asique subimos, subimos y subimos, pero no la encontrábamos. El sol comenzó a salir, casi abandonamos la búsqueda, hasta que le dije a Lucas, tal vez es para abajo y para el otro lado. Lucas se fue a fijar, y allí estaba la casa. Dicen que la montaña te pone a prueba, ambos fuimos probados con éxito.
De las ceremonias y la experiencia de ese día, puedo escribir poco, cuando se trata de Espíritu y sentimientos, mejor dejar el lenguaje fuera, ya que pocas palabras logran el impacto del corazón. Puedo decir que nos sentimos agradecidos y bendecidos. Las ceremonias fueron de varias culturas, mayas, incas, modernas. Todo incluido, canciones nuestras, de amigos, danzas, bailes, meditación, diksha, lágrimas y mucha alegría. Compartimos la mitad del día con dos chicos extranjeros, que llegaron por la tarde. Si los hubiera cruzado en otro contexto, me hubiera salido mi prejuicio de antemano… (Delirio místico), pero en estado de meditación, uno siempre se hermana con todo, y esa la prueba de que nuestros pensamientos culturales son ajenos al lenguaje del corazón, cuando se piensa con el corazón, todo es uno. No existen las opiniones, ni las fronteras entre lo que nos rodea, en ese momento los quise tanto a ellos como a mi familia y amigos más cercanos. Y es un sentimiento que no desaparece al día siguiente. Quisiera que ese espacio entre lo que pienso con el corazón y lo que pienso con la mente, sea cada vez sea más pequeño, porque claro que es mucho más fácil vivir aceptando a todos como son y no como uno cree que deberían ser.
Al terminar las ceremonias, mientras rodeábamos un pequeño fueguito para entrar en calor, a lo lejos, en el cielo, apareció una luz en movimiento, enorme y brillante, con una estela azulada; yo, completamente sorprendida la señale para mostrársela al resto. Todos nos quedamos alucinados mirándola. Claramente jamás habíamos visto algo parecido. La luz siguió su curso hasta que se desintegro en tres partes y suponemos cayó al Lago. Un meteorito? Es probable. Sea lo que sea, gritamos de alegría, fue una clara señal de que nuestras ceremonias habían terminado, y la luz era un regalo del cielo. Me di cuenta en ese momento, que todos esos pensamientos de lo que puede llegar a ser una Luz de esa magnitud, un ovni, el fin del mundo, extraterrestres y todo eso que a veces a uno se le ocurre, no tienen lugar alguno cuando de verdad sucede, simplemente sucede y uno no piensa en absolutamente nada porque es tal la sorpresa que el cerebro se ve bloqueado por unos minutos. Tal vez un meteorito, y con certeza, un regalo del cielo.
Volvimos a oscuras, la luna sin asomar aún, bajando piedras hasta llegar a lo de Alfonso. Con un cansancio hermoso, nos fuimos a dormir. Despertamos temprano para salir en la primera Lancha. Nos despedimos de La Isla y su magnetismo. Llegamos de nuevo a Copacabana, pasamos por lo de Libertad a buscar algunas cosas que habíamos dejado ahí. Dimos vueltas por el pequeño pueblo, haciendo tiempo para tomar el bus de las 6 de la tarde rumbo a  la frontera con Perú y de ahí hasta llegar a Cusco. Nos despedíamos de Bolivia. Dos meses, mucho falta por conocer, pero mucho hemos visto, vivido y sentido. Bolivia, el país más pobre de Sudamérica a la vista de la economía mundial y el país más rico de Sudamérica  a la vista de nuestros corazones.

jueves, 28 de junio de 2012

LA COMUNIDAD “CHAPATISTA” – Coroico


Se levantó el paro/bloqueo de transportistas el miércoles en La Paz, solo que ese día comenzó la huelga de mineros o médicos o campesinos (no recuerdo bien) con el respectivo corte de calles, así que se transformó en travesía ir hasta Villa Fátima, donde salía el minibús a Coroico. No sólo fue complejo conseguir la movilidad, el viaje también, fuimos casi colgados, con los trastos repartidos por todo el bus. En fin, a los 15 minutos de llegar ya estábamos saliendo rumbo a las Yungas. La Yunga no es la selva, pero está bien cerca de ese paisaje, algunos miles de metros más abajo que La Paz, 1800 sobre el nivel del mar. Altas montañas forradas de una gruesa alfombra de tupidos verdes árboles. Valles y más valles en cualquier dirección, atravesados por líneas plateadas que parecen ríos bajando desde la cima, apareciendo y desapareciendo a su antojo. Viaje de 3 horas, con mis pies enredados en mis piernas; bananas, mandarinas y pan para comer; y la compañía de Zam y su compañera, amigos mexicanos que habíamos conocido en Uyuni en una tienda de api y buñuelos, que tuvimos el agrado de reencontrar en el hospedaje de La Paz.
Llegamos a Coroico y a su húmedo calor. La ciudad está como metida en la montaña, respetando sus subidas y bajadas, su verde y su paisaje. Bajamos del bus y subimos el peso de la mochila con los abrigos. Caminamos como 3 cuadras hasta la plaza central por calles de adoquines, entiendo que son por los movimientos sísmicos que suelen caracterizar la zona; Juli se quedó con las mochilas disfrutando del juego de los niños y el olor a jazmín de alguno de sus canteros, y yo salí a buscar algunos contactos que nos habían dado. En un banco de la plaza estaba Raymunda que cuando me ve se levanta, me da la mano y me ofrece de su bolsa de coca. En Bolivia no se dice que no a una invitación, y menos de coca, así que con gusto acepté. Sacó un pedazo de lejía, lo mordió y el pedazo que quedó en su boca lo sacó y me lo ofreció, con un poco menos de gusto acepté.
Luego de averiguar y decidir qué hacer, cargamos nuestros petates y partimos rumbo donde Don Severo. Obviamente para tomar un bus era imposible por otro corte de caminos, pero “es cerquita... serán quinientos metros… apenas pasando el hospital… hay unos grafitis”; caminamos dos kilómetros cuesta arriba, con calor al rayo del sol, por un camino de tierra. Camino que haríamos repetidísimas veces, pero que con el peso de las mochilas y sin saber exactamente adonde llegar, era bastante más pesado. Con el tiempo cada curva se hizo familiar, experimentamos los nuevos olores del paisaje, y disfrutamos de las miles (sin exagerar) “alegrías del hogar”, florcitas rosas, naranjas y violetas que había a lo largo de la subida. “Es usted Don Severo?; qué bueno que llegamos; nos recomendaron mucho venir aquí” con su tímida sonrisa Don Severo nos recibe y nos invita a quedarnos allí, nos muestra el lugar, un jardín con muchas clases de plantas, un poco desordenado y sucio pero cálido a la vez; Aruma, una perra que casi arrastra sus tetas y sus tres bien bebés cachorritos, Panda, Jeremías y Jenny (bautizada así luego de unos días). Una hermosa cocina, con muchas inscripciones y dibujos de mil colores, agradecimientos y hasta una receta de un Jugo Mágico, una mesa bien grande donde amasaríamos casi todos los días, una pequeña heladera, un horno, un anafe, dos garrafas de gas, y olor a café tostado. Y saliendo de la cocina al patio, una mesa más grande, bancos largos de tablones de madera esperando ser utilizados, piso de tierra, techo de chapa, y muchas comidas por suceder. Subimos una escalera a un cuarto sin una pared, que iba a un dormitorio y donde podíamos poner la carpa. “Buen día” nos saluda Luli saliendo de su carpa, toda despeinada y cara lagañosa. Armamos la carpa y ya dispuestos a bajar al pueblo, se acerca Halex invitándonos a un mate, y con su cálida sonrisa, ojos achinados y amena charla nos da, sin decírnoslo, la bienvenida. En el cuarto además estaban Marcela, compañera de Halex, y Warley, amigo del mismo.
Probamos cantar esa noche en el pueblo, sin mucho éxito (o creo ninguno), lo mismo al mediodía siguiente; así que decidimos ir hacia una finca que quedaba varios kilómetros arriba, en el camino a la Universidad de Carmen Pampa, a trabajar a cambio de hospedaje y comida, en la tierra o lo que hiciera falta.
Llegamos y la familia dueña de la finca no estaba, así que del hotel de al lado llamaron por teléfono y nos dijeron que nos quedáramos, que a lo sumo en dos días llegarían. Al día siguiente fuimos hasta la universidad por la invitación de una profesora cuando le contamos de nuestro proyecto de intercambio en escuelas; arreglamos que iríamos a la semana siguiente a compartir nuestras experiencias y apreciaciones con los alumnos de la carrera de Ciencias de la Educación; compramos huevos, arroz y mandarinas (no teníamos mucha comida) y nos regresamos a la finca. Al cuarto día, sin novedades y la comida robada y comida por supuestos monos durante la noche, decidimos volvernos a lo de Severo y a probar suerte nuevamente al pueblo.
Fue una alegría encontrar nuevamente a quienes habíamos conocido días atrás, Warley había partido, habían llegado Yanina y Eva. Esa noche cocinamos y cenamos todos juntos, un buen recibimiento de esta linda y fugaz comunidad. Luego de la cena Halex nos invitó rapé, tabaco que se inhala, o en este caso, que él mismo nos sopló con una caña de bambú, utilizado en la selva a modo ceremonial. Previamente fumamos mapacho, el tabaco negro de la selva, que hace picar intensamente la lengua y toda la boca, también usado en ceremonias, con una pipa hecha de una rama gruesa y una cañeta de bambú. Ambos tabacos mejor no tragarlos, así que escupimos por demás. Con el tiempo fueron más asiduos los encuentros de rapé, pipa y mapacho, y la mísitca coca picchada (o mascada) con lejía. La lejía es una pasta de cenizas endurecida, como si fuera una piedra de yeso, que se utiliza como complemento de la coca, potenciando su efecto; puede ser dulce, de estevia (endulzante natural) o menta por ejemplo, o salada de quinua, kañiwa, cacao y tantas otras plantas, que se pueden usar combinadas o no.
A los dos o tres días Eva y Marcela se fueron para La Paz, y a medida el tiempo siguió pasando fue creciendo el sentimiento de familia y comunidad entre Luli (la adolescente rebelde y soñadora “yo era Stone pero no me gustan los Rolling”), Yanina (la araña tejedora dulcera), Halex (el mediador y conciliador, hermano mono maya como yo), Ariel (que vivía media hora hacia arriba, pero paraba más donde estábamos, un duende coplero y cantor incansable), Julieta y yo. Cocinábamos y comíamos todos juntos. El primero en despertarse ponía el agua para el café, mate o lo que fuera y empezaba a preparar la avena con frutas, los plátanos fritos o amasar los multifuncionales y multicolores CHAPATIS. Dicho invento, muy clásico entre viajeros, es una mezcla básicamente de harina, sal y agua, se amasa bien (y no tanto) y se hacen finitas tortillas, y se cocinan a la sartén o al horno, con o sin aceite. Y pueden tener infinitas interpretaciones con orégano, ajo, perejil, el resto de comida de la noche anterior, a las que se les puede untar mantequilla, palta, mermelada, miel, azúcar y limón; o su versión dulce (la que más le gusta a Juli) mezcladas con banana o manzana. Los chapatis fueron la marca de la comunidad, por eso el nombre del capítulo; nos acompañaron en cada comida compartida.
Infinidad de cosas sucedieron. Cocinamos ñoquis de papas con salsa de tomate y hongos dos veces. Un sábado y el viernes de la siguiente semana tocamos en el único bar del pueblo armando las dos veces buenas fiestas de baile al ritmo de nuestras canciones, con la danza y la buena energía de quienes paraban con nosotros; el saldo de la primera fue un mareo como hacía tiempo no me cargaba: cerveza y chichiwasi (un destilado casero de esa madera) durante el toque y luego compramos un ron BOCARRICA que me dejó con más de un día de resaca. Las subidas a la casa luego de cada recital las hicimos en manada, a oscuras y copleando sin parar. Hubo dos ceremonias de San Pedro a las cuales asistimos con Juli pero no tomamos, las vivimos a nuestro modo, con tabaco negro, fuego y meditación. Hicimos meditaciones de Diksha. Cocinamos pan, tortas y hasta un budín de zapallo; sopas y guisos de trigo, habas, arvejas, nabo y cebolla. Don Severo nos acompañaba también en cada comida o reunión, colaborando con lo que su tierra nos daba; así es que tomamos café tostado y molido por nosotros mismos, hicimos mermelada de naranjas que cosechamos en su finca, comimos bananas, mandarinas y limas, tomamos infinitos tés de cedrón, huacatay, hierba buena endulzados con estevia; fumamos tabaco que cosechamos y secamos de unas plantas que había al costado del camino. Compramos papas y harinas al por mayor (12 kilos de cada una). Al pueblo bajamos esporádicamente, sólo el fin de semana a trabajar. Una vez hicimos chapatis para vender, rellenos de guacamole, que una vez cubiertos los gastos los terminamos de comer nosotros. Fuimos a la universidad a compartir nuestra experiencia de trabajo con niños, a cambio los estudiantes nos agasajaron con torta y arroz con leche, y a la hora del pago de viáticos lo hicieron como si nos estuviesen entregando un diploma, todos aplaudiendo y felicitándonos. Fuimos solo a una escuela, religiosa y muy estricta, y a pesar de lo liberador del paisaje los niños parecían fieras enjauladas. Con el tiempo Halex se fue para la Paz y nuevos viajeros empezaron a llegar donde Severo: las hermanitas Leslie y Priscila con su hermoso parche de artesanía; Jhasuá, un geógrafo colombiano que estaba haciendo un documental sobre caminos precolombinos y los iba caminando a todos; un dúo de un chileno y una alemana que lo que tenían de juventud lo doblaban en talento para hacer música; y tantos otros, varios buscadores y buceadores en su delirio místico espiritual.
Un mediodía tocando en un hermoso restaurant al aire libre que tenía una sombrilla hecha de muchos saché de leche, masetas hechas de botellas de plástico, una fuente en el centro con peces y tortugas de agua, una tortuga gigante de color dorado, y distintas orquídeas e infinidad de plantas, conocimos a su dueña Carmela. Nos invitó un sándwich de pollo y lechuga y compartimos una inolvidable charla que duró menos de veinte minutos; nos contó que es maestra y trabaja el reciclaje y amor a la naturaleza con los niños, la cocina es su hobbie y no una forma de ganar dinero, nos habló de los colores del hambre y el sufrimiento, y nos contó que cuando se muera no quiere ningún tipo de ceremonia ni que nadie se entere, solamente que sus hijos la envuelvan en sábanas y pongan salsa a todo volumen, y que cuando la quieran recordar solamente pongan esa música y ella allí estará.
Juli aprendió a tejer a crochet con Yanina y yo a realizar algunos trabajos de albañilería. Como no había mucho trabajo con la música propusimos trabajar a cambio del hospedaje. Armamos carteles y sistemas de separación de residuos. Día por medio Juli se encargaba del baño y todos los días la cocina tenía su repasada. Yo en cambio limpié el patio, trabajé en el compost, y ayudé a Severo en la construcción de un cuarto: hice mezclas de arena y cal, atornillé y desatornillé varias veces las bisagras a la puerta, y la puerta al marco, hasta que conseguimos la medida justa. Zarandeé la arena para sacar piedras, embotellé plástico en botellas y me enamoré del trabajo manual, siempre con coca en la boca. Aprendí muchas cosas de Don Severo tan sólo mirando, que con el tiempo apliqué. Tomé la pipa de Halex como modelo y fabriqué una para mí con ramas que encontré por ahí y a los días una para Ariel. Juli tejió dos monederos y un estuche para mi nueva pipa y su tabaco.
Para despedirnos del lugar hicimos lo que cualquier turista hace al llegar, caminatas por aquellos hermosos paisajes. Un lunes fuimos los dos de paseo a las “Pozas de Vagantes”, un hermoso camino de tierra que cruzaba por distintas comunidades donde nos recomendaban atajos peatonales. De pronto el paisaje se aclaraba y se abrían bajo nuestros pies grandes valles intensamente verdes, repletos de puntitos naranjas, incontables naranjos y mandarinos, y plantas de plátano y banana. De pronto los árboles verdenaranjas estaban por todo el costado del camino y regaban con sus frutos toda la banquina, así que nos tomamos el atrevimiento de probar tan exquisitas frutas y recolectar algunas para nuestra parada. Luego de casi 10 km de caminata bajando más de 500 metros llegamos a un río de aguas claras y por partes turbulentas. Nos desnudamos de ropa e ideas y sin dudarlo nos zambullimos en las pozas que se formaban, bajo el cuidado de las multicolores mariposas de mil tamaños. Nos dejamos llevar por la corriente y saltamos desde altas piedras al agua. Nos secamos sobre las grandes y negras rocas al sol y comimos mandarinas y sándwiches de pan, palta y zanahoria. Nos vestimos cuando nos dimos cuenta que llegaba un grupo de turistas a disfrutar del lugar. Juli siguió tejiendo su crochet mientras yo fumaba pipa y picchaba coca con lejía. Emprendimos la retirada y las ampollas en los pies de mi compañera hacían de las suyas. Armé dos bastones para la subida, en la cual encontramos a un papacho con sus dos hijos y en medio de la pequeña charla nos ofreció coca, y como no se dice que no dijimos que sí. Cuando retomamos el camino recolectamos varios kilos de mandarinas y naranjas que más tarde compartiríamos con nuestros convivientes. En la mitad del camino pasó una camionetita taxi que tomamos hasta el pueblo. Compramos huevos y subimos a la casa.
El miércoles fuimos con Juli y Luli de caminata nuevamente, esta vez a las “”Tres Cascadas”. La primera parte del camino es el mismo que habíamos hecho dos días atrás, sólo que éste no pasaba por las zonas frutales. El paisaje en cambio era igual o más hermoso del que habíamos hecho anteriormente. También pasamos por nuevas comunidades y fincas que nos ofrecían el camino. Al igual que el lunes el sol abrazaba y abrasaba por demás, así que a mitad de ruta frenamos y tomamos una limonada natural de una mamita que vendía al costado del camino, refrescantemente riquísima. Caminamos nuevamente poco menos de 10 km y llegamos a la primera cascada. Un chorro de agua que caía sobre un pequeño espejo que dejaba traslucir las redondas piedras por debajo. Las chicas descansaron, yo trepé por el costado sin llegar a ningún lugar espectacular, bajé, nos mojamos las cabezas y seguimos camino. La segunda cascada a mi parecer es la más linda. El agua bajaba repartida en cuatro escalones de más de dos metros cada uno. Había que subir por un costado, agarrándose de gruesas lianas para no resbalar. Los árboles eran tan tupidos y altos que daba una sensación de cueva. Juli subió hasta el segundo escalón; yo hasta el tercero donde me quedé disfrutando de la energía del agua, poniendo hojas secas simulando barquitos que iban directo a un suicidio seguro cuando saltaban al aire de la cascada; y Luli subió hasta el cuarto. Luego de casi media hora de hermoso y energizante descanso seguimos hasta la última cascada, que si bien podía ser la más imponente debido a la inmensa pared cubierta de una fina capa de agua y espuma blanca, me generó ruido las construcciones e infraestructura para la llegada de turistas. Igualmente fumamos nuestro cigarro al pie de la caída y subimos al sol para almorzar. Guiso de trigo y verduras que había sobrado de la noche anterior, chapatis y mandarinas. Las chicas se quedaron reposando al sol y yo me fui a conocer parte del recorrido que hacía el agua hacía abajo. Volví, charlamos un buen rato, fumamos y emprendimos el camino de vuelta. Esta vez Juli se puso medias y zapatillas para la caminata así que de las ampollas nos olvidamos. Volvimos y ya era de noche. Festejamos así nuestros dos meses de viaje y nuestra última noche en Coroico. El regalo fue el regreso de Halex cuando estábamos preparando la cena. Inmensa alegría, ya que Luli iba a quedar sola por la partida de los otros comuneros Yanina y Ariel. Volvió el hermano mayor, así que quedó todo nuevamente en paz. Cenamos los cuatro y ya todos se fueron a dormir salvo Halex  y yo. Nos quedamos hablando del pasado, presente y futuro, ideas nuevas y viejas, fumando, coqueando, riendo y gozando de la vida y la amistad. Un abrazo y buenas noches. A la mañana siguiente nos levantamos, desayunamos nuestros preciados chapatis, hicimos más para el viaje; cafecito con canela, avena y plátanos; abrazos, “hasta prontos”, agradecimientos y tabaco compartido.
Bajamos nuevamente la cuesta que tanto nos costó la primera vez, pero mucho más livianos, no tanto de peso, si tanto de espíritu; con una gran sonrisa que provoca continuar hacia renovados aires, con la sensación de que ya era el momento de partir hacia nuevas aventuras para seguir aprendiendo, con ganas de volver más adelante para seguir aprendiendo. Hasta ahora había sido nuestra parada más larga y nuestra primera convivencia en comunidad, tres semanas de alegría y amistad que nos sirvieron para renovar impulso y energía. Qué lindo sentir que la familia y amigos no quedaron sólo allí en Buenos Aires, sino que cada vez hay más hermanos y compañeros que encontrar.





jueves, 7 de junio de 2012


LA QUIMBA - Sucre

“La vida sabe equilibrar las energías, para mantener esa estabilidad…” me dice Juli, respecto a nuestro paso por Potosí. Luego de aquel abrazo paternal de Benjamín, llegamos a esta ciudad que nos recibió con mucho humo de minibuses, calles empinadísimas en una ciudad a altísima altura (imaginen lo agitado de una cuadra), mucha gente, mucha comida en la calle, muchos olores feos y aromas nuevos; “Bolivia ciudad” en su máximo esplendor. La verdad que “tanto” luego del espacio que encontramos en Uyuni, fue mucho. Tanto que luego del baño y caminata de reconocimiento, decidimos que al día siguiente, temprano seguiríamos rumbo a Sucre. Y así fue, despertador, mate, minibús hasta la estación, habas secas y partimos a la capital constitucional de Bolivia.
Llegamos alrededor de las tres de la tarde, dejamos las mochilas en el albergue en frente a la estación y nos fuimos para el centro, adonde nos mudaríamos la mañana siguiente. En Sucre fueron diez días que podrían haber sido diez semanas. Conocimos mucha gente, y si bien no fueron tantos los lugares, parecería que sí.
Paramos en un hospedaje frente al mercado, que nos recibió para almorzar sopas de maní y segundos platos de falso conejo o milanesas de pollo (o falso pollo) con su arroz pasado y ensaladita de pocos colores, desayunar jugo de papaya y banana, picar papa rellena y galletitas de maní, y comprar avena, leche en polvo, palta, pan, aceitunas, queso, hierbaluisa, limones, jengibre, papel higiénico y algunas más cosas que no creo recordar.
Ya con repertorio afianzado, algunas nuevas canciones que todavía no habíamos tocado, y un poquito de experiencia como pareja de cantores callejeros, salimos en busca de las monedas y las nuevas anécdotas por vivir. Así es que dimos un taller en una guardería, en un centro para 60 niños de bajos recursos, visitamos e intercambiamos con dos escuelas, almorzamos con el director (y familia) de una de ellas; conocimos La Recoleta, un hermoso barrio a lo alto de la ciudad que regalaba el mejor de los paisajes (tocamos un pequeño restaurant allí arriba, mirando la ciudad al mismo tiempo); paseamos por el parque, visitamos el Mercado Campesino, donde merendamos un café con leche con pan y queso; compré un libro de Galeano; fuimos a dos programas de radio durante un mediodía y a un programa de TV a las 7:30 AM (los conductores eran un Roni Arias estilista maquilladísimo con su perrito en brazos y un Teto Medina de pelo corto, bolivianos) para promocionar un “concierto taller lúdico” para toda la familia en la Alianza Francesa (al que asistieron como menos de diez personas); tocamos en un restaurante vegetariano y en la Vieja Bodega, donde Sergio nos esperaba cada mediodía para que cantemos en su fonda, y luego del trabajito nos invitaba con alguna limonada o jugo de manzana, natural, mientras compartíamos alguna historia de vida.
Una tarde tocando en un lugar para merendar, conocimos a Cecilia y su hija Matilde “vayan la calle Grau, dos cuadras arriba de la plaza, mi pareja Pancho tiene un barcito, La Quimba…”. La quimba es una parte específica del baile de la Cueca (típica canción boliviana), en el que se produce el encuentro de la pareja, nos contaba Pancho. Y eso es lo que fue llegar allí, un gran encuentro. “Este lugar es para ustedes, para los viajeros” nos contaba mientras nos invitaba a que toquemos allí. El lugar es hermoso, mucha madera y color madera, incontables instrumentos que Pancho va coleccionando y construyendo a medida que pasa la vida y gente por su vida, un muñeco que lo mira todo desde arriba asomando de una pequeña abertura en el techo, una vela por cada mesa, una foto del flaco Spinetta en la cartelera, música familiar que nosotros mismos podríamos haber seleccionado para la noche, folclore latinoamericano, gente dispuesta a escuchar y sonreír, un patio interno, ambiente cálido y la sonrisa y el abrazo de Pancho en cada una de nuestras llegadas por el lugar. Entonces nos pasamos por ahí esa noche, tocamos una cancioncitas por la gorra, y entre charlas, maitucos (cigarros de la zona), quirusilla (brebaje exquisito que sólo se consigue en un pequeño pueblo perdido en las montañas) y hoja coca, cerramos una fecha para el fin de semana siguiente, con el mismo Pancho acompañándonos en la percusión, cajón, djembe y bongó.
Entonces el miércoles tocamos en el bar Amsterdam, el jueves en Bibliocafé Concert, y el viernes en la Quimba. Tres noches seguidas de conciertos, enchufados y desenchufados, parados y sentados en sillas altas y bajas, con gente hablando y gente escuchando. En cada lugar nos trataron muy bien, nos dieron de comer rico y sano, cerveza Paceña de beber; y el gorro salió cada vez con la panza llena y el corazón contento.
La última, la más esperada, salió más linda de lo esperado. Tocamos un amplio y variado repertorio con pausa incluida. La segunda entrada la inauguró Rueda la Luna, el confortable dúo de Pancho y Tania (actriz, música y gran artista alemana); sobre la guitarra que tocaba él, las voces se entretejían todo el tiempo, armonizando más que respirando y manejando tan natural la dinámica, como si fueran uno. Cantaron cuatro o cinco canciones antes de que volvamos nosotros, en el medio de cortó la luz (la canción continuó como si todo estuviese ensayado), así que la sabia elección de una vela por mesa, tuvo una función mucho más que estética en ese momento; “si el mundo y la electricidad de acabaran nosotros seguiríamos tocando” decía Tino. Volvió la luz mientras tocábamos ya los tres, con calor y ritmo. Muchos aplausos, vendimos varios discos, conocimos más gente, nos felicitaron mucho, les agradecimos más. De allí nos fuimos para una fiesta de música indígena autóctona, bailamos waynos, tomamos canelazo, nos reímos, y a dormir con una sonrisa y el corazón inflado. Una noche tan buena como cualquiera de aquellas tocando en la ciudad de los aires buenos, con amigos queridos, como en casa.
Antes de partir nos fuimos a pasar una noche en carpa, al lado de un río, olor a humo, baño de agua fresca, té preparado a la leña. Para llegar hasta ahí tomamos un taxi entre “¡siete!” personas, nos bajamos primeros, caminamos más de dos horas por la vía de un tren que nunca entendimos si está vigente. El camino iba por entre sierras, cruzamos cactus, eucaliptus, casitas en la montaña, una estación abandonada y perros ladrando; y cuando ya no sabíamos adonde llegar nos encontramos con un puente que tendría cincuenta metros de alto (cruzando el río), cien de largo, duermientes sueltos y bien separados. Lo pasamos sin pensar, como si fuera natural, confiando en que si hasta allí habíamos llegado era para seguir y que si los lugareños lo cruzaban es porque era posible; había que mirar el primer plano, donde pisábamos, las maderas flojas y separadas, que si mirábamos más allá daba vértigo, adrenalina y hasta miedo. Se cumplía nuestro primer mes de viaje, y así lo festejamos, brindando con té de canela con singani y cigarrillos armados bajo el cielo de estrellas. Pasamos la noche, y esta vez sin querer pensarlo cruzamos nuevamente el puente, volvimos a la ciudad, pasamos la noche y al otro día a la tarde tomamos el bus a La Paz, en paz.
Me da la sensación que seguimos cruzando el puente, asegurando cada paso, sabiendo que delante está el otro lado, pero sin darle mayor importancia y atención a lo que estamos haciendo más que las que cada paso merece… sin sentir ese vértigo, de modo natural.