jueves, 6 de septiembre de 2012

VIAJERO QUE NACE, NADA LO DESHACE - Cusco
Llegamos a Cusco alrededor de las 5 am. Pensaba que nos iban a dejar dormir en el bus un rato más, hasta que amanezca, como me había sucedido años atrás. Pero solo fue un pensamiento, ya que como ganado tuvimos que bajar.  Estábamos con una pareja de argentinos que habíamos conocido rumbo a la Isla del Sol con quienes compartimos el viaje. Entramos a  la terminal repleta de gente, a esa hora imaginaba que el día de ciudad no estaba sucediendo allí dentro. Solo imaginaba. “¿Necesita un taxi?” “¿ya tiene donde dormir?” no, gracias. Solo desayunar algo, que a los 15 minutos ya era un café y una quinua con manzana, y un pan muy grande, dulce.
Amaneció y partimos al centro, caminando. Recordaba (nuevamente) que la caminata no era tan larga como lo era, o sería que el peso de las mochilas multiplicaba los metros. Llegamos a la Plaza de Armas bajo una garúa de recibimiento. Frío. Más vendedores de hospedaje. 7 am.
Acompañé a los chicos a ver su hostal mientras esperábamos a que sea una hora razonable para llamar al Chato Alonso, a quien habíamos encontrado en Coroico, y nos había ofrecido su casa. Así que un rato debajo de las galerías de la plaza, viendo pasar a la gente a su trabajo, a los niños a la escuela y a la ciudad empezar su día.
Seguía el agüita cayendo y el frío así que decidimos subir a San Blas, el barrio bohemio de la ciudad, o al menos esa es su fama. Adoquines, balcones coloniales, paredes blancas, calles con nombres extrañísimos que duran sólo una cuadra, la siguiente cuadra tiene un nombre aún más raro, infinidades de escaleritas y curvas, pocas calles para carros; horas donde se corta el agua; “el barrio del artista”. Hospedajes; tiendas de venta de cuadros, pinturas y artesanías locales con precios de importados (con exactamente los mismos productos); afiches y bares con “la mejor música en vivo de Sudamérica” y las peores y mejores bandas, sólo de covers y tributos, de la zona; restaurantes turísticos con comida mexicana, pizzas italianas, comida vegetariana hindú… y menúes peruanos; art restaurants sin arte y cafés culturales, sólo con una mala cultura de venta; lavanderías y agencias de turismo; tiendas de comida orgánica y centros de yoga; vendedores ambulantes de lo que inventes que necesitas; artesanos y músicos callejeros; una plaza pintoresca con su caída de agua y dos escaleras rodeándola, con su respectiva Iglesia; y las últimas tiendas de abarrotes de gente del lugar; “el barrio del turista”.
Fuimos para el Mercado, por nuestro segundo desayuno del día, que consistió en Quaker (avena dulce hecha sopa calentita) compartida, un sándwich de queso y un pedazo de torta, de esos que venden por aquí.
Encontramos al Chato abriendo la sandwichería de su familia alrededor de las 9 am. Nos invitó a su casa, despertamos a Laura y a Sunka, su perrito nuevo, blanco y con barba (sunka en quechua). Dejamos las mochilas, fumamos otro tabaco, y salimos a dar una vuelta a buscar alguna habitación para alquilar por el mes.
Después de varias horas de dar vueltas, viendo algunas pocilgas y otras impagables, encontramos un lugar por la calle Tandapata, ahí donde hay dos tiendas enfrentadas, subiendo por la escalerita del costado, doblando hacia la izquierda, subiendo por la segunda escalerita a la derecha, a mitad de subida. La señora Marina tiene varias habitaciones en alquiler. Ésta en particular da justamente a la escalera, nuestra mesa diaria, donde compartiríamos tantos desayunos, cigarrillos y vistas de la ciudad; la puerta pegada es el baño, y no le da el sol (de esto nos dimos cuenta con el paso de los días). Marina también tiene su esposo que viaja seguido a Argentina, sus hijos César y Blas, y su encantador perro Tiburón, que también vivía sobre la escalera y fue nuestra gran compañía hogareña. Sólo que nos mudaríamos al día siguiente. Así que volvimos a lo de los chicos que nos esperaban con un delicioso almuerzo, papa rellena acompañada de un saltado de succini, morrón, aceitunas negras y nueces, y un buen pedazo de queso. Juli se echó un rato a descansar y yo me quedé charlando, coqueando y fumando  con nuestros amigos y con Lorena, futura gran amiga, que llegó al rato.
Cuando Juli se despertó estaba en plena sincronía con la luna, y sumado a la falta de agua de la casa, decidimos ir en busca de un hostal para pasar nuestra primera noche. Nos bañamos, salimos a dar una vuelta y a pasear los instrumentos, y de ahí a dormir. Al otro día era sábado, queríamos ir al Baratillo (un mercado muy pintoresco en donde se encuentra de todo, usado, viejo y semi-nuevo, y muy barato) pero era mejor quedarnos a limpiar nuestro nuevo hogar, ambientarlo y ordenar. La primera vez que vaciamos completamente nuestras mochilas. En el cuarto había una cama de plaza y media con un buen respaldar de madera con mueble, con un colchón de dos plazas, una sábana y varias pulgas. Un mueble largo que usamos de escritorio, ropero, alacena y mesada para cocinar. Una cocinita con dos hornallas, horno que no andaba y su garrafa. Algunas maderas, paredes con pintura al agua verde claro (con un poco de humedad), suelo helado de baldosa roja rota y cemento, un almanaque de 2012 pegado con pedazos desprolijos de cinta de papel, dos huecos en las puertas donde deberían ir los vidrios (que el inquilino anterior había sacado para ventilar), una sábana blanca y sucia que hacía de cortina entre la puerta y el cuarto, y una lamparita de bajo consumo y baja iluminación que le daba aspecto hospitalario a la situación. Pero estaba a buen precio para nuestros bolsillos. Con los días armamos una lámpara de cartón y bolsa amarilla que, sumado al cambio de lamparita por otra más potente, mejoraba el ambiente. Pusimos cartones a medida en las puertas, armamos una mesita ratona con una caja y unos bancos de tabla y ladrillo, nos regalaron un mueble de televisor que usamos como escritorio, prendimos bastante palo santo, asoleamos mantas, echamos a las pulgas; y así, con el tiempo, el cuarto fue nuestro, que a pesar del frío y la humedad rebalsaba de amor.
Al otro día nos encontramos con Yllari y Michael. A ella la conocí en mi viaje anterior, y como aquella vez en Lima, nos dio una gran mano. Un gran encuentro, con el tiempo sentimos mucho amor de su parte, se convirtieron en nuestros seguidores a varios conciertos, nos abrieron las puertas de su casa para descansar mejor que en ningún lugar, recetas naturales para combatir el frío, y hasta musicalizamos una poesía de Ylla, resultando una hermosa canción de cuna. Quedamos para ir esa misma semana a distintas escuelas donde ella trabajaba con su proyecto de Tierra de Niños. Fuimos además, dos veces a Huacarpay, 40 minutos al sur de la ciudad, entre los cerros al borde de una hermosa laguna, a una escuela que había servido de refugio para el pueblo luego de las inundaciones de 2010, que ahora funcionaba como internado, donde vivían y aprendían alrededor de 20 niños, de 5 a 12 años. En todas las escuelas nos recibieron muy bien, pero aquí sobretodo nos sentimos muy bienvenidos y abrazados por todos los niños y la gente que trabajaba allí. La pena es que al poco tiempo que fuimos dejó de funcionar como internado, por la escasez de recursos económicos.
Como en varios de los anteriores lugares no fue simple encontrar nuestro recorrido laboral. Tocando por el sombrero nos dimos cuenta que la gente en Cusco ya está cansada de los músicos ambulantes, sea que hace tres meses que tocan la guitarra o tengan diez años de trabajo previo. En los bares piden música comercial, covers o tributos a bandas reconocidas que ya no existen, porque parece que al turismo “no le gusta la música desconocida” cuando mucha gente queda encantada al escucharnos, y se ve a la hora de la venta de discos; hay que tocar bajo reloj, según el acuerdo previo (hasta dos horas ininterrumpidas), sin tener en cuenta que el artista puede saber cuándo hacer una pausa o cuando dejar de tocar, teniendo en cuenta el intercambio con el público. La verdad que nos sorprendió mucho la falta de interés y la subestimación hacia los músicos, que en la mayoría de los lugares son considerados como un empleado más del bar, sin tener en cuenta el trabajo artístico. Obviamente no es culpa solo de la ignorancia, mediocridad y negocio de los dueños de los bares, sino que ya han pasado y siguen pasando muchos “músicos” por estos lugares, aceptando la propuesta y tomando la música sólo como un medio para subirse a un escenario, ganar algunas monedas, tomar bebidas blancas (ya que la cerveza es muy cara para invitar a los músicos), conquistar chicas; sin pensar siquiera en generar algo nuevo, o el que lo genera no se anima a hacerse cargo de ello. En fin, es mi punto de vista, y cuanto más covers nos pedían, más nos embanderábamos en nuestras canciones. Claro que reinterpretamos algunas canciones que no son nuestras, solo que no entran tampoco en la categoría de “canciones de bar”. Afortunadamente siempre hay excepciones a las reglas, y luego de andar lo debido, encontramos un circuito donde tocar. Hemos tocado tres, cuatro y hasta cinco noches seguidas, que si bien cada una por separado no daba una buena suma, al fin de la semana contábamos un bolo interesante. Tocamos mucho en muchos lugares, entre otros Ukukus, Frida, Nuna Machay, The Muse, Casa Chulls, Hostel Milhouse, Sipas Huayna, La Oveja Negra; este último en particular un lugar muy recomendable, bohemio, de varios años de trova y donde tratan a un músico verdaderamente como se merece, al menos en relación a otros lugares. Y durante varios sábados seguidos fuimos contratados por el restaurante Dargon´s Palade, que es también una Galería de Arte Contemporáneo. La segunda vez que llegamos por allí para arreglar conciertos nos encontramos con Phil, limeño, gran cellista y un humorista muy despierto y ácido; nos dio una gran mano para empezar a tocar allí, y lo fuimos cruzando a medida que la buena onda crecía y el tiempo pasaba. También encontramos el recorrido para tocar por el sombrero, que también aprovechamos, pero se trata de algo extra, ya que también hay muchos “músicos” tocando en restaurantes y en la calle. Igual todo negativo deviene positivo si se sabe cómo; así que esa indignación la transformamos en inspiración y nos dedicamos a componer. Hemos encontrado la fluidez de hacerlo de a dos, y a mi parecer es mucho más rico que cuando lo hacía en solitario. Se nos ha resaltado mucho el trabajo que tenemos en las voces, gracias Juli! además de las letras y el armado de la canción.
Con el tiempo conocimos más gente, y entre ellos a una gran pareja de amigos Manu y Lore, de Lima, con quienes compartimos no solo amistad y vida, sino la música. Manu es un gran artista y compositor que en el intenso encuentro nos influenció lo justo y necesario como para componer una hermosa canción “Mañanita de San Blas”, nuestro nuevo gran hit! Y Lore, cual relojito, lo acompaña con su djembé afirmando cada canto. Compartimos caminatas, almuerzos, mates, cigarros, abrazos, noches, cuartos, alfajores arequipeños, canciones en distintos bares de fechas de ambos, risas, música para escuchar… Tienen muchísimas hermosas canciones que tanto gozamos, pero hoy rescato “Viajero que Nace” para inspirarme en el título del capítulo. Eso que sentía en Coroico respecto del sentimiento de amistad, aquí lo volví a sentir y a reafirmar, es tan reconfortante encontrar amigos del alma con el paso de los pasos.
Nuestro segundo sábado en la sagrada ciudad. Finalmente fuimos al Baratillo, conseguimos el nuevo abrigo para Juli, mi navaja, poco más de ropa, ocas (clase de tubérculo) y camote (batata) asados. Cuando volvíamos teníamos que pasar por el lavadero a buscar nuestra ropa limpita (antes siempre había sido a mano) y en el camino encontramos a Jere y La China. Nos habíamos conocido semanas atrás en Copacabana. Lindos abrazos y reencuentro, anécdotas, bienvenidos y nos vemos pronto. Con el tiempo nos seguimos encontrando y compartimos mates, charlas, consejos, canciones, historias, recetas para mejorar la panza y hasta una tarde de grabación, poniendo a prueba nuestra grabadora.
“No conmemores” le dijeron a Juli tiempo atrás cuando decía que hasta ahora no se había afectado en nada su estómago por la comida. Efectivamente, el pez por la boca muere. A las dos semanas de estar en Cusco su panza se infló mucho, todos los aires que salían de cada parte de nuestro cuerpo no solo olían, sino que prácticamente se podía tocar el huevo podrido. Para no dejarla sola obviamente me uní en el malestar estomacal y me enfermé por una noche, mientras afuera los fuegos artificiales más impresionantes que habíamos visto servían para conmemorar las fiestas en la ciudad, nuestra enfermedad servía para hacernos frenar y conmemorar nuestra humanidad. Adrián, un papacho que vive en Sacsayhuaman, que conocimos a través de Yllari, nos recomendó tomar té de ajenjo o palma real. De las cosas más feas que has de probar en tu vida, pero así de natural y sanadora para la panza.
Así que para el solsticio de invierno llegamos bien limpios, listos para comenzar un nuevo ciclo. La pena era que ese día queríamos ir a visitar a Ludo y Zobeida y a su hija Namasté, a quienes había conocido en mi viaje anterior por Lima, y a su nuevo niño Samadhi, a Arin, una pequeña comunidad en la que había residido en cada uno de mis pasos por este lugar, en el Valle Sagrado de los Incas, lugar que todavía no habíamos visitado. Pero qué linda que es la vida cuando nos sorprende; ya que decidimos al menos caminar media hora hacia arriba, saliendo de la ciudad, para ir a descansar al sol abierto, al Templo del Mono y Templo de la Luna (lugares a los que nos habían llevado Lore y Manu), y nos encontramos allí mismo con Ludo y Zobe y los niños. Compartimos algunas horas hablando sobre los proyectos de todos, Pedagogía 3000, coca y mate de muña. Nos despedimos y quedamos en vernos diez días después en la EcoFeria de Urubamba, otra ciudad que queda en el Valle, adonde ellos como otras 50 personas más se reúnen el primero y tercer domingo de cada mes a vender sus productos orgánicos y compartir un día de familia y amigos. Así fue que fuimos, tocamos y cantamos nuestras canciones, y tuvimos un hermoso recibimiento. Cada feriante aporto algún producto suyo a una bolsa común que nos regalaron, y recibimos así pasta de aceitunas, pasta de chocolate, cacao en barra, barras de cereal, guantes tejidos, harina y galletitas de coca, creps para el momento, entre otras cosas, pero sobretodo la buena onda, sonrisas, aplausos y mucho amor.
Luego de nuestra inevitable purga, un nuevo ciclo. Que mejor que festejarlo yendo al Inti Raymi (Fiesta del Sol) que se celebra cada año, desde tiempos inmemoriales, en Sacsayhuamán. Claro que no es lo que era, ya no. Las ruinas que están cercadas por una entrada durante todo el año, se abren para dejar entrar miles de personas, en su mayoría peruanas, a pasar su día de picnic. Mucha basura a pesar de los carteles en inglés y bolsas negras para desperdicios. Las peleas por el lugar. Todos sentados, al que se paraba le tiraban desde huesos de pollo hasta cáscaras de mandarinas o botellas con agua. Vendedores de comida, de stickers protectores para celulares, golosinas, y hasta un hombre araña vendiendo yo-yos del hombre araña. Cuando empezó la ceremonia, las cámaras de fotos y filmadoras eran más que los ojos que miraban lo que sucedía. “Vamos?”, y nos fuimos antes de que termine. Para coronar nuestro evento tan pochoclero compramos una bolsa de canchita (pochoclo) y bajamos caminando con sensación de estafa. Cultura del negocio de la cultura.
Una anécdota graciosa: en el cuarto arriba nuestro vivía José, o más conocido como Lobo o Loboman, líder de otra banda de covers de reggae “Loboman y los Legalized”. Cada vez que andaba por allí nos deleitaba con el mismo disco de hits de reggae, siempre el mismo. O con sus toses matutinas, parecía que estaba sacando un monstruo de adentro; pero siempre con una sonrisa, un poco de humo para ofrecer o un simple buenos días. Una de aquellas mañanas, mientras disfrutábamos nuestro desayuno de escalerita lo vemos subir al Loboman con algunos secuaces, quienes evidentemente no habían dormido, con algo de trago en las manos. Entraron directamente al cuarto luego del saludo y no menos de media hora después uno de los pelilargos abre la puerta del cuarto, más no la reja que seguía y se mandó un formidable lanzamiento seguido de un carrasposo “¡Qué asco!”. El vecindario…mientras nosotros ingresábamos nuestro primer alimento del día, otros botaban el de la noche anterior. Encuentro inolvidable!
Ya antes que se cumpla el mes de contrato de la habitación decidimos que nos iríamos por una corta temporada a vivir un rato en Arin. Así que cuando fue el tiempo rearmamos las mochilas cada vez mas rebalsadas, limpiamos la habitación y nos despedimos de nuestros amigos, sabiendo que ya volvíamos, no nos separaban más que dos horas de viaje con algunas montañas de por medio; y nos unía no sólo nuestro contrato para cada sábado al mediodía y la necesidad de trabajar.
Cusco fue bien complicado, y no es que dejara de serlo, sino que supimos fortalecernos, saltear los obstáculos y sobretodo seguir aprendiendo. Nuestro corazón se va fortaleciendo cada vez más, nuestro extrañar sigue tan presente, y la aventura cada vez más vertiginosa. Estamos viviendo un sueño que es muy real y verdadero, que fue una idea la primera vez ¡Qué bueno que le abrimos paso!, que la hicimos crecer hasta volverla imposible de romper y posible de transformar. Como se le ocurrió cantar a Manu en su canción, a un viajero que nace nada lo deshace.



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