Micro, Lancha, costa y praderas.
Llegamos por la tarde. Como de costumbre yo me senté en un banco de plaza y Lucas se fue, esta vez
a buscar a Ariel, amigo de la Comunidad “chapatista” que estaba por unos días
ahí, y podía recomendarnos un buen lugar para parar. Mientras estoy sentada,
observando el nuevo paisaje, lo veo a Ariel cruzando la calle, le grito, se
acerca, abrazo de encuentro. Le digo “acabamos de llegar”, y Ariel me dice “si
claro, por eso pasé por acá”. Pero no sabía ni cuándo ni a qué hora llegábamos.
Eso de la sincronía. Me invita unas facturas (bolivianas) y esperamos a Lucas.
Ariel amablemente nos lleva hasta
Sol y Luna, es el hospedaje y casa de
Libertad, A unos 20 min caminando del pueblo, bordeando el inmenso lago
Titikaka, se ve una lucecita en el fondo, esa es la casa de Libertad. La
cruzamos a mitad de camino en bicicleta, y quedamos en tirar la carpa, por
pocos bolivianos y ayudar en lo que haga falta. La casa de Libertad es muy
especial. Tiene ducha solar, una cocina afuera con techo de retazos de maderas
de eucalipto, mucho reciclado, reutilizado y toda agua necesaria viene del
Lago, que está a unos pocos metros de nuestra carpa. Pequeñas olas en la orilla
nos acompañan cantando como un mantra.
Despertar cada mañana fue una
bendición, salir de la carpa y darse cuenta de que un Lago tan ancho como un
mar estaba ahí a nuestro lado, con una presencia arrasadora. Dice la leyenda,
que debajo existe una ciudad, sus habitantes eran grandes magos que usaron sus
poderes negativamente, entonces su Dios lanzó un gran diluvio que los dejó bajo
agua. Dice la leyenda y la verdad que estando ahí, a uno le cuesta creer que a
casi 4000 metros de altura, se encuentre un lago de esta magnitud.
Todas las mañanas nos acompñaban
el sol tan cerca, los árboles y el lenguaje de la naturaleza, en constante
diálogo. Cocinamos los Chapatis nuestros de cada día, un fueguito abrazador en
cada noche congelada. El contacto constante con el Lago, lavando las ollas,
vasos y cubiertos. Juntando agua para regar, cocinar y lo que hiciera falta.
Conocimos a algunos viajeros que estaban parando y Libertad, boliviana con una
madre llamada Victoria, y un legado al cuidado de la naturaleza y la comunidad.
Recorriendo el pueblo, entendimos
que tocar no sería tan simple, ya que es muy turístico y había varios músicos
dando vueltas, probamos algunas veces con poco resultado, trabajé un día de
camarera en un pequeño restaurant por unos 30 bolivianos, lo cual es muy poco.
Tuvimos algunas noches afortunadas, donde pocos oyentes dejaron billetes,
cariño, y salimos adelante cuando llegó el fin de semana y se llenó de paceños
con ganas de vacacionar. Por las noches, el camino hacia la casa de Libertad lo
hacíamos a muy buen ritmo para entrar en
calor, técnica que emplearíamos en adelante como herramienta combativa a bajas
temperaturas.
Después de cuatro días decidimos
ir a Isla del sol, un mediodía tomamos una lancha por una hora y media, un
viaje en la cubierta, para disfrutar el paisaje y después de una hora dejar de
sentir la cara del frío. El paisaje tiene un aire a Tierra del Fuego, un
horizonte perdido con algunas islas, el viento, la luz. Lugares especiales que
me hacen sentir como si estuviera dentro de un sueño. A pesar del frío,
disfruté mucho el viaje, todo el tiempo sentía que estábamos navegando entre
los picos de una cadena montañosa, una sensación nueva y muy extraña para mí.
La isla del Sol no es para nada
plana, sino que es como lo imaginaba, la punta de un monte, con muy pocos
árboles. Bajás de la lancha y empiezan las subidas y bajadas, no existen los
autos, ni las bicicletas, la gente camina, las calles no son calles, son
caminos sin nombres, no hay una ruta bien marcada, se camina entre las casas de
barro, se cruza de costa a costa, se sube y baja por piedras. Y es muy turística, no por la estética si no
por los precios.
Nuestra primer idea era acampar
en alguna costa, pero recorriendo un poco, nos fuimos enterando de que no está
permitido en casi ningún lugar y menos para hacer fuegos, tampoco había mucha
leña a la vista, y para entrar al camino que va a las ruina, donde tal vez
podíamos acampar, había que pagar o ir
por la noche, pero estábamos cargados. En fin, decidimos ir a lo de Alfonso, quien
nos llevó en la lancha y tenía un hospedaje que nos habían nombrado. Lo de
Alfonso era subiendo por varias piedras, la vista desde ahí era increíble.
Alfonso nos dejó poner la carpa sin cobrarnos un precio fijo, asique nos
instalamos sobre la mejor superficie que encontramos, con todo un horizonte de
agua e islas por delante. El lugar tenía
una cocina muy especial, afuera pero con un techo de paja, el horno era de
barro, con agujeros en la parte superior, entonces se formaban como hornallas
perfectas para cocinar, por detrás de las hornallas se escuchaba un ruido muy
extraño, cuando me acerque me di cuenta de que había varios cuises (conejitos
de india), la familia de Alfonso también usaba la cocina con el resto de los
turistas, les pregunté qué hacían con los cuises, me contaron que los alimentan
y luego se los comían, Ay…..Más allá de este acontecimiento cultural, la
familia era muy amable, divertidos y muy dulces. Charlamos bastante con ellos,
pero entre ellos hablaban siempre en aimara, lo cual era hermoso de escuchar a
pesar de no entender ni una palabra.
La primera noche, la familia de
Alfonso hizo una gran fogata para recibir la luna llena. Fue una experiencia
hermosa, todos los turistas reunidos, sin conocernos, pero en comunión
alrededor del fuego. Un músico, supongo de Estados Unidos, de unos 60 años,
hippie, cantó varias canciones muy country, fue como escuchar un disco de
Dylan. Con Lucas le cantamos una canción a la Luna de Toto La Monposina y una
parejita de colombianos cantó unas canciones muy dulces. A Lucas se le ocurrió dejar unas piedras en el
fuego para luego calentar la carpa. Una brillante idea que nos acompañó cada
noche en la Isla y para aprovechar lo que la naturaleza provee. La luna estaba redonda, redonda. Fue nuestra
primera noche en La isla y fue suficiente para entender que algo especial
nos aguardaba.
Con Carlos y Pau, que estaban
parando ahí mismo, una pareja que habíamos conocido en Sucre, él Argentino,
ella Alemana, hicimos la caminata a las ruinas por la noche; no hizo falta
linterna, la luna estaba tan brillante como un enorme farol y nos iluminó todo
el camino. Como suele pasar, las ruinas son lindas, pero tan turísticas que uno
no sabe si están ahí desde hace mil años o fueron reconstruidas para el turismo. El lugar era
agradable de todas maneras y contemplamos la noche iluminada sentados sobre
unas piedras y no nos fuimos de aburridos sino por el intenso frío.
Una mañana fuimos a una escuela a
hacer nuestro registro y taller con los niños. La escuela queda frente al lago,
las niñas juegan al futbol vestidas de mamitas, trenzas, pollera larga y
sombrero, los niños de papachos, sandalias, pantalón de vestir y gorra. La
vista es paradisíaca y con Lucas no podíamos creer que exista una escuela donde
los niños puedan jugar frente a ese
horizonte, y en su recreo irse a escalar los montes sin límites. Nos fue muy
bien y volvimos como siempre, con el corazón lleno.
Al llegar a lo de Alfonso,
mientras preparábamos nuestro almuerzo, llega una señora conocida de la
familia. Yo la miro, lo miro a Lucas y le digo, sabes quién es? Lucas duda, yo
le digo a ella, “usted es Noemí” ella sonriendo me dice “no…” Pero es Noemí,
quien es Noemi? Alguien que queríamos conocer hace mucho tiempo. Se dedica a la
Pedagogía y con Lucas habíamos visto un video de ella que nos conmovió a tal
punto que intentamos buscarla por varios lugares, sabíamos que residía en La
Paz pero no logramos ubicarla, le mandamos un mail pero no hubo respuesta. Y
cuando uno deja de buscar, encuentra. En el medio de una Isla a casi 4000
metros de altura, en la cocina de una casa de familia que habla más aimara que
español, aparece ella. Si nuestros corazones estaban llenos ahora rebalsaban.
Charlamos un rato con ella, le
contamos de nuestro proyecto y que queríamos conocerla. Ella amablemente nos
escuchó, y luego de un rato, nos preguntó, “mañana que hacen?”, pensábamos
irnos pero nos propuso algo imposible de rechazar. Mañana, era jueves, un día
muy especial en el calendario, ya que Venus transitaba frente al sol y toda su
energía estaría disponible para aprovecharla. Noemí, nos proponía pasar un día
en su casa, hacer cuatro ceremonias para agradecer, reflexionar, profundizar y
recibir la energía de Venus. Y claro que fuimos!
Nos levantamos alrededor de las 6
de la mañana, la idea era hacer la primera ceremonia recibiendo al sol. Nos
habían indicado que su casa queda “subiendo”, asique subimos, subimos y
subimos, pero no la encontrábamos. El sol comenzó a salir, casi abandonamos la
búsqueda, hasta que le dije a Lucas, tal vez es para abajo y para el otro lado.
Lucas se fue a fijar, y allí estaba la casa. Dicen que la montaña te pone a
prueba, ambos fuimos probados con éxito.
De las ceremonias y la
experiencia de ese día, puedo escribir poco, cuando se trata de Espíritu y
sentimientos, mejor dejar el lenguaje fuera, ya que pocas palabras logran el
impacto del corazón. Puedo decir que nos sentimos agradecidos y bendecidos. Las
ceremonias fueron de varias culturas, mayas, incas, modernas. Todo incluido,
canciones nuestras, de amigos, danzas, bailes, meditación, diksha, lágrimas y
mucha alegría. Compartimos la mitad del día con dos chicos extranjeros, que
llegaron por la tarde. Si los hubiera cruzado en otro contexto, me hubiera
salido mi prejuicio de antemano… (Delirio místico), pero en estado de
meditación, uno siempre se hermana con todo, y esa la prueba de que nuestros
pensamientos culturales son ajenos al lenguaje del corazón, cuando se piensa
con el corazón, todo es uno. No existen las opiniones, ni las fronteras entre
lo que nos rodea, en ese momento los quise tanto a ellos como a mi familia y
amigos más cercanos. Y es un sentimiento que no desaparece al día siguiente. Quisiera
que ese espacio entre lo que pienso con el corazón y lo que pienso con la mente,
sea cada vez sea más pequeño, porque claro que es mucho más fácil vivir
aceptando a todos como son y no como uno cree que deberían ser.
Al terminar las ceremonias, mientras
rodeábamos un pequeño fueguito para entrar en calor, a lo lejos, en el cielo, apareció
una luz en movimiento, enorme y brillante, con una estela azulada; yo,
completamente sorprendida la señale para mostrársela al resto. Todos nos
quedamos alucinados mirándola. Claramente jamás habíamos visto algo parecido.
La luz siguió su curso hasta que se desintegro en tres partes y suponemos cayó
al Lago. Un meteorito? Es probable. Sea lo que sea, gritamos de alegría, fue
una clara señal de que nuestras ceremonias habían terminado, y la luz era un
regalo del cielo. Me di cuenta en ese momento, que todos esos pensamientos de
lo que puede llegar a ser una Luz de esa magnitud, un ovni, el fin del mundo,
extraterrestres y todo eso que a veces a uno se le ocurre, no tienen lugar
alguno cuando de verdad sucede, simplemente sucede y uno no piensa en
absolutamente nada porque es tal la sorpresa que el cerebro se ve bloqueado por
unos minutos. Tal vez un meteorito, y con certeza, un regalo del cielo.
Volvimos a oscuras, la luna sin
asomar aún, bajando piedras hasta llegar a lo de Alfonso. Con un cansancio
hermoso, nos fuimos a dormir. Despertamos temprano para salir en la primera
Lancha. Nos despedimos de La Isla y su magnetismo. Llegamos de nuevo a
Copacabana, pasamos por lo de Libertad a buscar algunas cosas que habíamos
dejado ahí. Dimos vueltas por el pequeño pueblo, haciendo tiempo para tomar el
bus de las 6 de la tarde rumbo a la
frontera con Perú y de ahí hasta llegar a Cusco. Nos despedíamos de Bolivia.
Dos meses, mucho falta por conocer, pero mucho hemos visto, vivido y sentido.
Bolivia, el país más pobre de Sudamérica a la vista de la economía mundial y el
país más rico de Sudamérica a la vista
de nuestros corazones.
Que bonitas palabras que las hacen describir este viaje que están viviendo ustedes, Quizá mas tarde haga el mio, un abrazo, saludos desde Venezuela.
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