jueves, 7 de junio de 2012


SIGA NOMÁ - La Paz

Subiendo y bajando en espiral
El hielo de la noche
Se derrite en el fuego del día
Misteriosa, sabia coca
Api y pollo frito
Comiendo a toda hora
Vendiendo a viva voz
Las calles tomadas, Ascienden
En montañas de ladrillos naranjas
Faldas como cebollas
El amor en una cama
La canción de cada plato
Al ritmo de monedas cayendo sobre un sombrero
No ve, paceño, caserito, ia mamita, no se preocupe, siga noma…
Las calles tomadas ascienden
En montañas de ladrillos naranjas
Entramado de colores abrigando cada espalda
Bocinas y campanadas, siga nomá’
La sonrisa de los niños, siga nomá’
Las calles tomadas ascienden
En montañas de castillos naranjas
…”ají  de fideo, falso, chorizo y buñuelo.
Salchipapa, chancho y silpancho.
Linaza, singani, papaya, yapita y lo que haya”…




Llegamos a La Paz luego de un largo viaje de noche de frío, sin haber comido ni bebido nada. Apenas arribamos, alrededor de las 7am, desayunamos un café con pan en un puesto fuera de la terminal. Desde ahí, tomamos un bus que bajo algunas calles hasta llegar al centro. Lucas recordaba un hospedaje barato por la zona, asique como de costumbre, yo esperé sentada con el equipaje en un escalón de una callecita llamada “la Calle de las Brujas”, porque hay muchos puestos de hierbas medicinales, coca, San Pedro y hasta fetos de llamas que se ofrecen a la Pachamama. Rara ofrenda… hermosa calle de miles de vueltas, telas de muchos colores, y la luz de la mañana dejando un pequeño rayito de sol entre los huecos del empedrado.
Ahí mismo estaba el hospedaje. Dejamos las mochilas y partimos hacia la Feria del Alto, que justo estaba ese mismo día. Tomamos un bus que no paraba de subir y subir, y sí, Feria del Alto, porque se encuentra en lo más alto de La Paz.  Al bajar del bus, subimos una larga escalera hasta llegar a al mercado, donde esperaban miles de puestos, desde repuestos de autos, montañas de ropa, comida, utensilios de cocina, celulares y muchísimas cosas que no sabe para que se usan. Los puestos eran paños en el suelo, pequeñas mesas, o directamente personas paradas con los objetos colgados, precios impensables, 1 boliviano, 2 bolivianos. Mientras caminábamos veíamos perros, basura, desechos humanos o animales o quién sabe. Los vendedores, mientras comen con las manos, manejan plata y hacen sus necesidades, lo mismo que entra sale, asique por qué tanta diferencia. “Todo un espectáculo” diría mi papá.  Estuvimos en la feria desde la mañana hasta la tarde, caminando y encontrando cosas que nos gustaban. A lo lejos  se podían ver las montañas cubiertas de casas de ladrillos naranjas, todas llegaban hasta la cima, y por detrás, algunos picos nevados. Una ciudad naranja, de calles de piedra, con vueltas y vueltas.
Por la noche salimos a tocar un poco, pero el panorama no era muy alentador. Como somos perseverantes, sobre todo Lucas, a lo largo de los días fuimos encontrando lugares donde tocar, aunque todavía el sombrero no se llenaba, al menos cubríamos el hospedaje.
El domingo salimos a caminar lejos de la zona donde estábamos parando. Fue así, que cruzamos un festival de cultura, al aire libre sobre una avenida. Escuchamos bandas de Bolivia, vimos teatro y algunas cosas interesantes. Y llegamos a un barrio más residencial, con muchos restaurantes lindos, dónde pudimos tocar bastante. Después de la rueda, llegamos a una plaza dónde había muchos niños. Se nos ocurrió hacer ahí mismo el taller. Convocar a los niños en una plaza llena de juegos no fue tarea fácil, pero nada más que para perder nuestra timidez y ganar experiencia y soltura. Algunos niños se acercaron y hasta nos llevamos algunas monedas y contactos.
Luego de la larga caminata, por la noche, tocamos en un restaurant muy turístico, podíamos hacer un repertorio largo y cenar. Tocamos alrededor de una hora, mientras los turistas no paraban de hablar, no intentamos subir el volumen. Somos música de fondo y en el fondo estamos nosotros y una frase de Pez: “La historia es el viaje, no hay ningún apuro por llegar; no corro una carrera, esto es más parecido a pasear.”
El lunes queríamos partir hacia Coroico pero se desató un paro de transportes, con bloqueo incluido, y la ciudad de mil vueltas quedó tomada por la gente que subía sus callecitas con la lengua afuera, algunos ni siquiera abrieron sus puestos. Todo estaba silencioso. El sábado habíamos decidido comprarnos esta computadora, desde donde escribo. Entonces la estrenamos mirando películas toda una tarde, mientras comíamos garrapiñada y habas tostadas con sal, tomábamos te y nos cubríamos debajo de una manta. Volvimos por un día a la misma sensación de un domingo en casa porteña.
El miércoles por la mañana el paro se levantó y salimos rumbo a Coroico. El calor del mediodía nos abrigaba, un calor que se haría más presente mientras nos adentrábamos en la yunga. Toda esa montaña de ladrillos naranjas se volvería bien verde de vegetación, flores y mariposas.

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