ARCOIRIS – Uyuni
Cruce de frontera, 6 AM, frío. La Quiaca (Argentina)
– Villazón (Bolivia).
Cruzar una frontera es una experiencia
ridícula, un país esta separado de otro por cinco pasos como mucho, ¿quién
decide ese límite?.
Salió el sol, hermoso sol que trae el calor en
las frías alturas. Mientras esperamos salir hacia Uyuni probamos nuestro
desayuno de Quinoa con manzana, en bolsita y con sorbete. De aquí en más, toda
comida y bebida para llevar es en bolsita de plástico, sea un pollo con arroz,
un café o una sopa.
Llegamos a Uyuni después de un viaje de subida
de montaña, cactus blancos y canosos, nubes, lluvia, y bien arriba una gran
planicie. En los trayectos de viaje, siempre se baja alguien en el medio de la
nada y uno se pregunta ¿dónde vive esta persona?, pero claro, por suerte no
todos venimos de la Capital.
Llegamos a Uyuni, un pueblo chato, con
boulevares de girasoles y un gran mercado con un menú de sopa y segundo, que de
puesto a puesto se repetía (todo tipo de carne, siempre frita); sólo un
vegetariano con mucha plata puede viajar por este país. Muchos puestos en la
calle y hostales dentro de galerías de ropa deportiva.
Los dos primeros días dormimos en dos
hospedajes distintos, mientras ibamos tocando y averiguando por escuelas,
llegamos a la pizzería Arco Iris. La tercer noche hablando con Benjamín, cocinero
del lugar (además de médico del pueblo) y Wilma, la dueña, les contamos de
nuestro proyecto. Muy amables y atentos, nos ofrecieron llevarnos a una escuela
y hospedarnos en un cuarto que había detrás. El cuarto era mucho más lindo que
cualquier hospedaje. Nos dieron cena y almuerzo y nos acompañaron a una escuela
alejada del pueblo, donde pudimos hacer nuestro primer intercambio y registro
con niños de Bolivia. Otra hermosa experiencia para nuestra historia.
Cerca de Uyuni se encuentra un pueblo llamado
Colchani, a pocos kilómetros del salar. Allí hay una escuela y nos interesaba
también llegar hacia algún lugar más rural. Salimos temprano para hacer dedo,
al poco tiempo una camioneta roja nos levantó y llegamos a la escuela a
horario. Todas las aulas eran circulares y daban a un patio a un gran patio al
aire libre. Los niños cantaban con entusiasmo, las maestras estaban muy
contentas y finalmente la directora, emocionada, nos agradeció la visita.
Nosotros, corazón contento, partimos hacia el salar a pie.
Una excursión al Salar de Uyuni cuesta al
menos 150 bolivianos. Asi que decidimos caminar. Al poco tiempo frenó una
camioneta y subimos a la parte trasera. Eran unos paceños organizadores de
fiestas electrónicas que planeaban una fiesta dentro del salar, así que suerte
o estrella, llegamos hasta el centro donde se encuentra el Hotel/Museo de Sal
(cuántas cosas se pueden hacer con la sal además de condimentar la comida).
Increíble pensar, que a esa altura se halla una planicie de sal tan grande que
es posible recorrerla de punta a punta, por tres horas en auto. Un inmenso mar
blanco muy cerca del cielo.
Finalmente volvimos en la camioneta hasta
Uyuni. Sorprendidos de haber logrado hacer la excursión sin gastar un solo peso
boliviano.
Al
día siguiente partimos hacia Potosí; el doctor Benjamín, con alma de padre, nos
despidió con galletitas y gaseosa, abrazo y hasta pronto. Nosotros nos sentimos
en familia, cuidados y queridos. Y si bien Uyuni no es un pueblo pintoresco,
fueron la gente y los niños quienes pintaron esa gran planicie blanca con los
colores del arco iris.
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